Ely del Valle
Ikurriña pamplonesa
La izquierda abertzale ha tenido desde siempre una querencia casi obsesiva por convertir las fiestas en un acto político, y este año en el que Bildu ha conseguido llegar hasta el Ayuntamiento de Pamplona, con más razón que nunca. Después de la pataleta que cogieron hace doce meses –cuando el entonces alcalde de UPN, en un evidente gesto de «represión política», delegó el lanzamiento del chupinazo en representantes de Cruz Roja, organización sospechosa donde las haya mientras no se cambie el nombre por el de Gurutze Gorría–, el nuevo edil consiguió ayer el sueño de su vida colocando la ikurriña entre las banderas que ondeaban en el balcón del ayuntamiento. Eso sí, la valentía de Joseba Asirón sólo le alcanzó para revestir de travesura la ilegalidad invitando a tres parlamentarias vascas que le sirvieron de coartada por aquello de la cortesía, y se le quedó corta con respecto a las aspiraciones de Otegi, que había pedido como regalo de cumpleaños – hay gustos para todo y tocapelotas inasequibles al desaliento– una bandera vasca «extra king size» que forrara la fachada del consistorio.
Asirón, que hace unos días afirmó que quería unos sanfermines para todos y todas, refiriéndose naturalmente a los suyos y las suyas, ya tiene su minuto de gloria y un rengloncillo en la historia de su partido, aunque para ello se haya pasado por el forro el sentimiento de muchos pamploneses que se sienten muy de su tierra y que, ajenos a los politiqueos de andar por casa, consideran que plantar en su ayuntamiento la bandera de otra comunidad autónoma está tan fuera de lugar como colocarle un cachirulo o un mantón de Manila al bueno de San Fermín. Ahora, al señor alcalde sólo le falta prohibir correr en los encierros con cualquier periódico que no sea el «Gara» y habrá conseguido el súmmun de su carrera política. Qué gran victoria, oigan.
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