Manuel Coma
Incógnitas iraníes
Cuando hoy presente su gobierno el nuevo presidente Rohani, elegido a mediados de junio, todas las cábalas domésticas e internacionales se concentrarán en la composición del gabinete. Así está siendo ya desde hace días. Al menos cinco de sus propuestas han sido rechazadas por el verdadero poder en el país, el guía de la revolución, Gran Ayatolá Jameneí, sucesor de Jomeini. Será la primera gran indicación de por dónde puede ir la política de Rohani, procedente de la más estricta ortodoxia del régimen, pero de actitudes y modales muchos más suaves que el desafiante y zafio Ahmadinejad. El juego adivinatorio desvía la atención hacia él, cumpliendo así una de las funciones más importantes de su cargo, que es el de alguien más que un mandado pero que no va mucho más allá de un ejecutor de instancias superiores.
Tanto su inesperada victoria como el proceso actual de formación de gobierno dejan siempre la duda de hasta dónde es real el tira y afloja en el interior del régimen o en qué medida es una farsa para despistar dentro y fuera del país. Aunque aplicar los calificativos propios de nuestro ámbito a una realidad muy distinta es poco exacto y puede ser muy engañoso. Siguiendo la terminología al uso, se habla de conservadores y reformistas y en medio, con límites borrosos, moderados. Por supuesto, los enemigos del régimen no cuentan. En cuanto asoman la cabeza van a dar con sus huesos a la cárcel, que puede ser un estadio intermedio hacia el otro mundo. Incluso los dos más significados candidatos partidarios del cambio en las amañadas presidenciales del 2009, ambos personajes de la revolución desde su primera hora, siguen desde entonces en confinamiento domiciliario. Por conservador habría que entender islamista intransigente que ve como traición y amenaza cualquier intento de cambio. De ese mundo procede Rohani, que sorprendentemente basó toda su campaña electoral en su perfil de hombre moderado que rechazaba ciertos radicalismos y admitía algunas reformas. Obtuvo votos por su derecha y su izquierda, sufragios que le someten ahora a una incómoda pinza en la que a alguien se verá obligado a defraudar. Por sus movimientos y declaraciones y por los nombres conocidos de su lista se deduce que no se propone transformar las prácticas internas del régimen, sometiéndose por esa parte a los dictados de los conservadores, pero sí controlar la política exterior y especialmente las negociaciones con EE UU sobre el espinoso dosier nuclear. Esta prioridad está estrechamente relacionada con la economía. Se trata ante todo de conseguir el levantamiento de las sanciones, su principal promesa electoral, y, sin duda, hacerlo tocando el mínimo posible los denodados esfuerzos del régimen para estar, como mínimo, en condiciones de dotarse de armas nucleares en muy poco tiempo, convencido de que en la empresa está en juego su supervivencia. Cuenta con la desgana de la actual Administración Obama para llevar a mayores la confrontación con Teherán al respecto. Su gran obstáculo está en el Congreso, que le ha dado una nueva vuelta de tuerca a las sanciones.
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