José Luis Requero
Independencia multiusos
Si la independencia da sentido al Poder Judicial, es alarmante que las asociaciones judiciales denuncien que las reformas venideras atacan esa independencia. Esto obliga a preguntarse qué es, realmente, la independencia judicial. De no hacerlo, de tanto invocarla y manosearla, se corre el riesgo de que pierda su sentido y su dignidad como principio constitucional para acabar como eslogan sindical, un principio multiusos.
En su sentido más básico, un juez es independiente si resuelve sin interferencias o presiones; si su decisión es fruto sólo de lo procedente en Derecho, lo que se comprueba porque debe resolver de manera razonada, dando cuenta del cómo y del por qué. Confieso que en mis recién estrenados treinta años de profesión nunca he visto atacada mi independencia y creo que a los jueces que conozco –son unos cuantos– les ocurre lo mismo.
Pero la independencia judicial tiene otra cara: la que afecta a la Justicia como organización, y aparecen así aspectos más enjundiosos como la separación de poderes, la disposición de medios materiales y humanos, el gobierno judicial, el estatuto profesional del juez, etc. Aquí la cosa cambia, pues en mis treinta años de juez no he dejado de denunciar y de oír denuncias por ataques o amenazas a esa independencia.
La Constitución –luego el pacto en que se sustentaba– se resume en que, si la Justicia es un poder –y un poder independiente–, no debe ser gobernada por el Ejecutivo. Surgió así el Consejo General del Poder Judicial y el pacto pasaba por que fuese elegido mayoritariamente por los propios jueces. Era lo lógico: si el juez ejerce un poder del Estado, independiente de los otros, es lógico que el juez no dependa del Gobierno, sino del Consejo y que éste quede salvaguardado como órgano de gobierno efectivo del Poder Judicial, no como pomposa dirección general sólo de personal judicial.
Pero esta lógica se quebró de dos modos. Uno, impidiéndonos a los jueces elegir a nuestros gobernantes, quedando el Consejo en comisionado del poder político. Y dos, reduciendo la noción de Poder Judicial y su independencia a sólo la persona del juez, convirtiendo a la Justicia en servicio público y al juez en un funcionario más. Suelo decir –y reitero– que esto ha llevado a que lo más parecido ahora a la independencia judicial sea la pericia profesional de un médico de la Seguridad Social. Inserto en un servicio público de gestión y dirección política, su independencia sólo aparece para diagnosticar esto o lo otro, seguir tal o cual terapia.
Es lamentable que eso sea fruto de la lógica del poder político, pero la partitocracia, la huida de controles y límites es su lógica; pero no menos lamentable es que la Judicatura no esté libre de culpa. Ahora, cuando oigo las críticas de las asociaciones de jueces, no puedo olvidar que algunas aplaudieron que el poder político nos quitase la elección del Consejo; como tampoco olvido a esa otra asociación que nació en el despacho del ministro de Justicia y ahora vocifera por despolitizarla.
Llegados a este punto, ¿en qué afecta a la independencia judicial que el futuro Consejo vaya a funcionar sólo con cinco miembros en dedicación exclusiva o que se definan mejor sus competencias? Creo que ya muy poco porque el mal lleva años hecho; además, si todas las asociaciones dicen que la Justicia es un servicio público, ¿por qué se molestan si el ministro dice que somos unos funcionarios más? ¿Acaso no hemos hecho huelgas? Vivimos las lógicas consecuencias de los errores, salvo que hablemos de servicio público, sin reflexionar sobre qué morlaco soltamos al ruedo de la política judicial. Esto sería ignorancia inexcusable.
Quien gobierna incumplirá sus promesas electorales y no se diferenciará mucho de quienes se desmarcaron del modelo constitucional; esto tiene una valoración que ahora dejo. Como juez sí lamento que la propia Judicatura no haya reflexionado con madurez y coherencia sobre lo que es la independencia judicial y sus exigencias; que su invocación no pocas veces encierre intereses personales o de grupo o sea para zafarse de exigencias y servidumbres; que ataque un sistema descompuesto tras haberlo metabolizado. Visto semejante percal y los derroteros asamblearios de la Judicatura, si fuese político no lo dudaría: parafraseando a Clemenceau, la guerra y los militares, concluiría que la Justicia es un asunto demasiado serio como para dejárselo a los jueces.
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