Ángela Vallvey

Inocentes

El día de los Santos Inocentes conmemora la horrible matanza de bebés menores de dos años que tuvo lugar según la Biblia por orden del rey Herodes, un aristócrata de la Antigüedad muy mal encarado que deseaba eliminar a toda costa al recién nacido Jesús de Nazaret. Cómo un episodio así, de tan extrema violencia y salvajismo –aunque sólo sea hagiográfico– puede acabar convirtiéndose en una fecha emblemática para celebrar bromas, tomaduras de pelo, propagar noticias falsas o hacer pasacalles y pequeños triles en los que se timan unas monedas..., es algo que se me escapa. Resulta fascinante la capacidad del ser humano para redimirse con el humor. El humor nos salva de muchas más penas que el Euribor bajo. Posiblemente el «Homo Sapiens» es un homínido ganador porque sabe reírse. Usa el lenguaje como un hacha de sílex y con ella ha cavado en el mundo su radiante futuro de depredador. El hombre de Neandertal seguramente estuvo mejor dotado, pero es probable que no supiera reírse. Y por eso pereció. Se extinguió, o se cruzó con la risa de los Sapiens y así se aseguró de que sus descendientes pudiesen soltar alegres carcajadas que les proporcionaran fuerzas para seguir adelante y construir la historia épica de la especie humana. Tengo una amiga –tan extranjera que ni siquiera es europea– convencida de que el día de los Inocentes conmemora a los políticos absueltos en casos de corrupción (claro que también es de las que creen que el viudo es el marido de la viuda, así que no hay que tomarla en serio)... Pues no: el de los Inocentes es un día propicio para reír. La risa significa salud y delicia por pasajeras que sean, es el aleluya de los días nublados de la existencia. Y quien no ríe no sabe vivir.