Pilar Ferrer

Junqueras a Mas: «Eres un vanidoso incontrolado»

La Razón
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La tensión llegó al máximo el pasado lunes. El ambiente en el Palau de la Generalitat era «irresoluble», en palabras de los dirigentes negociadores de Convergencia y Esquerra Republicana. Oriol Junqueras se mantenía atrincherado tras la lista sin un solo político y Artur Mas no renunciaba a ser el candidato a presidente de la independencia. El pulso entre sus lugartenientes, los convergentes Josep Rull y Josep Luis Corominas, y la republicana Marta Rovira, era también enorme. Mas había lanzado una seria amenaza de no convocar elecciones el 27-S y tenía la sartén por el mango, pues sólo a él corresponde tal iniciativa. Acorralados bajo esta advertencia, los de ERC se debatían en levantarse o seguir aguantando. Junqueras, muy molesto, criticó al máximo la actitud irreductible del presidente y, según fuentes de ERC, se lo espetó claramente: «Eres un vanidoso incontrolado». Pero Mas no se inmutó. O él era candidato o el 27-S se quedaba en el alero.

La situación se desatascó a manos de las «catalinas», como se conoce a las dos lideresas de la Asamblea Nacional de Cataluña, Carme Forcadell, y Omnium Cultura, Muriel Casals. Ellas son una especie de cámara compensatoria del soberanismo, movilizan la calle y manipulan los mensajes. Una nueva reunión de Artur Mas con las dos activistas desembrolló poco a poco la madeja enrevesada, al aceptar una lista sin, pero a medias. Es decir, la fórmula salomónica de que Mas y Junqueras fueran en cuarto y quinto lugar, detrás de la sociedad civil encabezada por ellas mismas.

La fórmula no contentaba del todo a los republicanos, pero finalmente Junqueras tragó: «Vamos adelante y sálvese quien pueda», les dijo a Forcadell y Casals. Fuera quedaba la CUP, reacia a esta propuesta, pero todos lo aceptaban como mal menor en la hoja de ruta hacia la independencia.

En este tira y afloja ha habido mucha trastienda. El «núcleo duro» convergente, los llamados tres «halcones», Rull, Corominas y Francesc Homs, convencieron a Mas de que esta es su mejor salida. Camuflado en el cuarto puesto, si la lista es vencedora él también gana. Pero si no logra buenos resultados, el perdedor será el proceso secesionista. Una particular visión muy criticada por otros dirigentes históricos: «Se ha cargado el partido, ha perdido la batalla ideológica, se ha entregado a ERC y a la calle a cambio de nada», dicen enojados mientras se dan de baja en CDC para engrosar las filas de Unió, el antiguo socio democristiano. En los últimos días se viene produciendo «una avalancha» de trasvase de militantes, aseguran en el partido de de Duran Lleida. Para el líder de Unió, «Todo es un estrambote, una irresponsabilidad enorme y un viaje a ninguna parte».

En CDC y Esquerra la valoración es diferente. Mientras los convergentes opinan que Mas se ha salido con la suya al neutralizar la jugada, los republicanos advierten que lograron imponer sus condiciones post-pacto: gobierno de coalición entre ambos partidos en caso de victoria, compromiso de una declaración de independencia en el Parlament antes de nueve meses, y convocatoria de unas elecciones constituyentes en las que Artur Mas ya no sería candidato. «Un disparate, una locura», dicen en los partidos constitucionalistas como el PSC y Unió. Para el primer secretario de los socialistas catalanes «Es una anomalía democrática». La candidata de Ciudadanos, Inés Arrimadas, opina que Mas ha entrado en una «espiral delirante», fuera de la Constitución y de cualquier marco jurídico legal.

Las «catalinas» jugaron fuerte y plantearon condiciones. La primera, ir ellas mismas en los principales puestos e iniciar un proceso de movilización callejera previo a la Diada del 9 de septiembre. La segunda, el nombre de Raúl Romeva como número uno. Miembro de una variopinta saga de políticos, con antepasados en la Lliga, Esquerra y Unió Democrática, Romeva es amigo personal de Muriel Casals desde sus tiempos de militantes en el PSUC, el antiguo partido de los comunistas catalanes. Fue ella quien le propuso para liderar la candidatura, en un claro gesto hacia la izquierda de Podemos. Romeva, que curiosamente nació en Madrid, ha sido eurodiputado de ICV y destacado ecosocialista, pero últimamente se había distanciado por el acercamiento de Iniciativa a Pablo Iglesias. «Es un comodín para hacer un guiño a la izquierda», admiten en varios partidos.

Este es otro gran quebradero de cabeza para Mas y Junqueras. Los dos frentes electorales que se han configurado en Cataluña, el soberanista y el de izquierdas, llevan en sus listas el lema «Sí, Cataluña», para atraerse al electorado de cambio radical. La candidatura de izquierdas, integrada por Podemos, ICV y Proceso Constituyente incluye un referéndum para decidir la relación con España, bajo el eslogan «Cataluña, sí se puede». En el bloque independentista los papeles quedan claros: Oriol Junqueras entrega la presidencia de La Generalitat a Artur Mas, si su lista gana, y sacrifica las posibilidades electorales de ERC a favor de un «Estado catalán soberano». No faltan los críticos dentro de Esquerra, pero en el entorno de Junqueras justifican su actitud. «Ha sido generoso, antes la independencia que las personas», reiteran en su fanatismo soberanista.

El presidente de La Generalitat y el líder de ERC no tienen ninguna «química personal», reconocen en sus entornos, pero su alianza es táctica con un doble objetivo: fortalecer el soberanismo y doblegar al futuro gobierno que se instale en La Moncloa tras las generales. En CDC y Esquerra tienen claro que Mariano Rajoy nunca negociará la independencia, pero si el PP pierde la mayoría absoluta y ningún otro partido la logra, como vaticinan todas las encuestas, la cosa cambia. «Un soberanismo fuerte en Cataluña frente a un gobierno débil en España», aseguran. De hecho, en documentos internos de ambos partidos se baraja esta tesis. Según estos planes, Mas llegaría a La Generalitat revalidado por las urnas y Junqueras le desalojaría después en otros comicios constituyentes. O sea, como “una pareja separada, pero bien avenida que se turna a los niños”, ironizan en los sectores críticos.

En el frente de la calle, liderado por las «catalinas», se trabaja en desactivar el auge del bloque de izquierdas con Podemos e ICV. De ahí la posición de Raúl Romeva, Carme Forcadell y Muriel Casals, procedentes de este sector. El presidente Mas subestimó la fuerza de Cataluña en Común de Ada Colau, y su llegada al Ayuntamiento de Barcelona «le cayó como un jarro de agua fría». Por ello, busca ese giro social que impida repetir tal resultado en La Generalitat. Esto añade un nuevo escenario, que pasaría por el PSC. En los últimos días cobra fuerza la posibilidad de que si los socialistas catalanes no se derrumban y «salvan la cara» el 27-S, podría darse una coalición de izquierdas con Miguel Iceta de presidente. Algo similar a lo que ha hecho el PSOE en otras Comunidades, pero con la condición de asegurarse la presidencia de La Generalitat. Para muchos analistas esta sería la única posibilidad de desalojar a los independentistas del poder y comenzar un nuevo marco de relaciones con Madrid.

Las otras incógnitas del convulso mapa político catalán son a dónde irá el voto moderado de la antigua CIU y el avance de Ciudadanos, toda vez que las expectativas electorales para el PP son bastante malas. Duran Lleida y Unió, ya en solitario, trabajan en un mensaje de centralidad y catalanismo integrados que atraiga a los primeros. De hecho, varios antiguos dirigentes de Convergencia han anunciado su pase a las filas democristianas. «Nos situamos en el corazón de la catalanidad sensata, cohesionada, moderna y plenamente integrada en Europa», afirma su director de campaña, Josep Sánchez-Llibre. En cuanto al partido de Albert Rivera, pretende aglutinar el voto españolista, claramente opuesto al nacionalismo que tan buenos resultados les ha dado hasta ahora.

El último bastión electoral es el voto del empresariado y la alta burguesía catalana, tradicionalmente alineados con CIU y ahora muy distanciados de Artur Mas. Destacados empresarios han intentado hasta la saciedad disuadir a Mas para que no convocara las elecciones del 27-S y se alejara de la independencia. Todo ha sido inútil. «Ha entrado en un camino irresponsable y sin retorno», coinciden en estos sectores. «Está más solo que la una», añaden otros, como se vio en el funeral del gran mecenas catalán Leopoldo Rodés el pasado jueves en Barcelona. Rostros bien conocidos del tejido financiero y la burguesía se mostraron distantes con el presidente de La Generalitat, bajo los hermosos arcos góticos de la Iglesia que Carlos Ruiz Zafón inmortalizó en su libro «La catedral del mar».

El motivo de este rechazo es que el proceso soberanista tiene un coste enorme en la economía catalana, ya de por sí muy asfixiada. «¿De qué vivirá una Cataluña independiente y aislada si desaparecen las multinacionales y grandes empresas de su territorio?», se preguntan. Todos vaticinan que las tensiones de una proclamación de independencia acabarán con la recuperación. «Es un órdago sin sentido, una irresponsabilidad», afirman. Por ello, los empresarios ven a Artur Mas como al griego Alexis Tsipras: «Un líder que engaña a su pueblo con lo que no puede dar». Pero el todavía inquilino de La Generalitat hace oídos sordos. Quienes han estado con él últimamente así lo definen: «Se ha inmolado y se cree un nuevo Moisés». Pero ni él escribe La Biblia, ni Cataluña es la tierra prometida.