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L.A. Confidential

La Razón
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Murió Curtis Hanson. Rodó películas interesantes («La mano que mece la cuna», «Wonder boys») y una obra maestra, «L.A. Confidential». A mí me cogió con la fiebre subida por James Ellroy, autor de la novela en la que estaba basada. Todavía creo que Ellroy, y no gigantes como Philip Roth, Toni Morrison, John Updike o Richard Ford, es el gran escritor americano de las últimas décadas. Si acaso comparte el podio en mi discutible y completamente subjetivo santoral con Don DeLillo, y Cormac McCarthy. El Cuarteto de los Ángeles («La Dalia Negra», «El gran desierto», «L.A. Confidential», «Jazz blanco») supone el ciclo definitivo sobre Los Ángeles de la posguerra y el esplendor y podredumbre de los cincuenta, el sistema de castas en Hollywood, la corrupción policial, los crímenes no resueltos en la trasera de un palacete de cartón piedra con arcos vagamente españoles, el bebop que llegaba, los desharrapados que cruzaban la raya y el nacimiento de los tabloides. Luego escribió otro ciclo imperial, formado por «América», «Seis de los grandes» y «Sangre vagabunda», donde amplía el zoom para hablar de un Kennedy priápico y un director del FBI, J. Edgar Hoover, travestido de lagarterana en los ratos que no pinchaba el teléfono de Martin Luther King. En esas tres novelas hay agentes de la CIA dipsómanos, detectives que hacen horas extras como coleccionistas de cabelleras en Bahía Cochinos, guionistas a sueldo de Moscú, putones condenados al matadero, mafiosos como Sam Giancana y su tiburón tigre en la piscina, guerrilleros supremacistas, blancos y negros, el KKK y las hordas de pachucos a las que cantó Ry Cooder, expulsadas del paraíso antes de haberlo catado. La Guerra Fría, la Caza de Brujas, el glamour de la MGM y los piquetes que reventaban cráneos durante las huelgas chocan y chisporrotean como electrones en una ópera de hombres sentimentales, cínicos, ambiciosos, románticos, enloquecidos y maaalos. Ese L.A. lo captó admirablemente Hanson en su película. Hizo más: logró sobreponerse a la prosa visceral de Ellroy y, al mismo tiempo, trasladar a imágenes ese trueno de frases como dientes de oro en la sonrisa de un cocodrilo. Allí estaba la guapísima Kim Basinger, bordándolo de prostituta operada para hacérselo de Veronica Lake, y Kevin Spacey como el policía de antivicio encantador y canalla, un Russell Crowe en el papel de su vida, un Guy Pearce repugnante y leal, un camaleónico James Cromwell y un trágico Danny DeVito. En 1999 Hanson compartió con un reportero del New York Times la proyección de «En un lugar solitario», la espléndida cinta de Nicholas Ray que había usado para explicar a Crowe y cia. lo que buscaba. En esa película Humphrey Bogart recita uno de los monólogos más tristes de la historia: «Nací cuando ella me besó. Morí cuando me abandonó. Viví unas semanas mientras ella me amó». Acostumbraba a repetirlo el gran Carlos Boyero en sus charlas con los lectores. Sirva de epitafio para Hanson y sus detectives, acorralados en un Hollywood cada día más epidérmico, insustancial y aburrido.