Ángela Vallvey

La célula

La Razón
La RazónLa Razón

Vuelven a escucharse las palabras «revolución» o «comunismo», y pronto celebraremos el primer centenario de la Revolución rusa, por lo que no está de más recordar algunos conceptos básicos asociados. Por ejemplo, el de «célula» comunista. Hasta 1924, aunque quién sabe cuál ha sido en esencia su historia, la «célula» era la unidad básica de la estructura del Partido. Estaba formada por unos diez miembros, más o menos, que se dedicaban de manera vehemente, ardorosa, fanática, a trabajar por la revolución. Formaban lo que se autodenominaba «grupo de vanguardia», eran misioneros que experimentaban con lo nuevo, transformadores de la realidad, no aburridos teóricos –por lo general pasivos–; algo más que ingenieros sociales: constructores sociales, ejemplos vivos, peritos en planificar el curso de la historia... El resto de la sociedad los veía como modelos a seguir, incluso protomártires de la causa, dispuestos a llegar hasta donde hiciese falta.

Reproducían el esquema de los grupos primarios. Los estudiosos de las ciencias sociales explican que dichos grupos son camarillas, pandillas de entre cinco y doce personas que interactúan entre sí con fuertes lazos de compromiso y apego. Los adolescentes –eso aseguran los sociólogos– son muy dados a formar grupos primarios que el curso de la vida, más que los cursos escolares, va disolviendo poco a poco. Pero el grupo primario que representaba la «célula» comunista, en principio, era indestructible. Sus alianzas estaban hechas de acero porque tenían que servir de espejo donde la sociedad entera se viese reflejada. Al igual que en biología, esa célula política es el organismo más pequeño que puede encontrarse en un ente vivo, y un partido vivo, igual que un cuerpo, puede ser unicelular porque sólo haya conseguido poseer una célula, o pluricelular y complejo. Pero el mínimo vital se llama «célula». De ahí la importancia de la célula, que ejerce de vanguardia. Se requiere al menos una célula para poder decir que un organismo está vivo. Y coleando. En la España de los años sesenta y setenta, las células comunistas vivieron un apogeo cuyo objetivo era reconstruir el Partido Comunista, cosa que lograron: lo llevaron vivo hasta la democracia. Luchando contra la clandestinidad y el hereje «eurocomunismo», fueron las células quienes mantuvieron encendida la llama. No es muy seguro que esa unidad básica de formación partidista comunista haya desaparecido, porque el comunismo es materialista, y la célula es el ladrillo con que se construye el edificio de su utopía colectivista.