Toni Bolaño

La corrupción está corrupta

El juego sucio ha estado a la orden del día en las elecciones de la CEOE. La última perla, que surge desde las filas de Garamendi, acusa a Rosell de practicar el «holocausto y la limpieza étnica» en la patronal de patronales. Incluso le definían como independentista. Los que le conocen saben que Rosell puede ser acusado casi de cualquier cosa, pero acusarlo de independentista es una idiotez malintencionada. La ignorancia es atrevida, sin duda. Y la maldad, grosera. Rosell contestó ayer desde la tribuna del Palacio de Congresos de Madrid, con aplomo, con un «no todo vale en la vida, ni en el campo empresarial». Acababa de ser reelegido como presidente de la patronal española. Lo ha sido por estrecho margen pero «por menos ganó Rubalcaba», recordaba un dirigente socialista comentando los resultados de las elecciones patronales.

En estos cuatro años, el presidente de la CEOE ha mantenido el diálogo con los sindicatos, ha apostado por una reforma del modelo fracasado de formación profesional –que Garamendi defendía con uñas y dientes–, se enfrentó a aquellos que viven a la sombra de las mutuas, entre los que se encontraban también apoyos del vasco, ha adelgazado la patronal poniendo en la calle a algunos que se habían blindado el contrato de forma generosa. Muy generosa y con dinero público. No han sido unas elecciones plácidas en la CEOE aunque deben ser bienvenidas.

El empresariado español se jugaba dar un paso adelante y adaptarse a la nueva realidad, cada vez más cambiante, o atrincherarse como los dinosaurios en el pleistoceno. Han decidido lo primero haciendo oídos sordos a los cantos de sirena que acusan a Rosell de todos los males. No consta que se le acuse de crucificar a Jesús de Nazaret, pero no demos ideas. El presidente de la patronal no es un ejecutivo, es un empresario. Ciertamente, es miembro de consejos de administración de grandes empresas pero, sobre todo, es el primer responsable de su empresa familiar. Tiene el despacho donde lo tenía su padre. No ha cambiado su discreta oficina por un habitáculo con glamour. Es más pactista que rupturista, tiene una fluida relación con los líderes sindicales y no le duelen prendas en tocar cualquier puerta del Gobierno para negociar en defensa de los intereses de la patronal. Pero, al tiempo, sabe que son necesarias reformas para que «el país funcione». Es un liberal convencido y supera siempre la prueba del algodón. Su programa electoral se podía encontrar con facilidad en su último libro, «Reformas o declive». Ahora Rosell debe cumplir con su promesa. Seguir con las reformas y modernizando la patronal. Sobre todo, para superar las calumnias y falacias que ha tenido que soportar en las últimas semanas. Garamendi ya es como Romanones. Los que le habían dicho que le votarían no lo han hecho. Ya puede reunir a los suyos y decir «¡joder, qué tropa!».