Alfonso Ussía

La cumbre del amor

La Razón
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No es recomendable escribir atenazado por la emoción. De ahí que haya optado por retrasar un par de días este obligado texto. Mis brazos se han normalizado y han perdido la granulación propia de la piel de gallina, y mis ojos, humedecidos por una sobredosis de gratitud eterna, han secado sus arroyos de agua salada y ya me permiten ver el papel. Agua salada o rocío amargo, que así figuraba el gran Virgilio, el latino, la composición de las lágrimas. Virgilio, el primer poeta entregado a las metáforas.

En el presente caso, agua salada y no rocío amargo, que no tiene lugar, sitio ni esquina la presencia de la amargura en mi elogio de hoy. Se trata de comentar el bellísimo acto cuya información textual y gráfica ha ocupado más espacio en los periódicos deportivos, y lo que resulta curioso, en los de información general. En el mío, dos páginas completas, como en ABC, «El Mundo» y «El País». La frase contundente: «Nunca me ha movido el dinero». Que alguien reconozca con esa firmeza y seriedad su altruismo y su promesa de esfuerzo sin exigir a cambio el becerro de oro, es tan conmovedor como ejemplar.

La sociedad actual no celebra este tipo de actitudes y sí en cambio, tolera las peores artimañas cuando hay intereses de por medio. La coacción ha dejado de ser una vileza, y los grandes empresarios no sólo aceptan ser coaccionados o chantajeados, sino que invitan a cenar al causante de sus desdichas. De ahí que merezca un extenso comentario y las páginas que se consideren necesarias el acto que tuvo lugar en la sede del Real Madrid para celebrar la firma del nuevo contrato de Sergio Ramos. «Nunca me ha movido el dinero». Emoción, meditación y seriedad en todos los presentes.

«El Real Madrid es mi casa, un sueño de 10 años que no ha terminado. Entonces, ahora y siempre, ¡Hala Madrid». Emoción, meditación y seriedad en todos los presentes. Y una original confesión: «Formar parte del Real Madrid y llevar el brazalete de capitán es un honor, pero también un compromiso». Emoción, meditación y seriedad en todos los presentes. «Para mí, lo único que vale es defender nuestro escudo». Cuando pronunció estas palabras con el «jipío» contenido en sus labios, la emoción, la meditación y la seriedad de los presentes se trocó en agobiante esfuerzo para controlar el llanto de la felicidad.

La fotografía oficial del benéfico acto es de una belleza interior prodigiosa. Institución y familia. De izquierda a derecha –la he guardado para mi archivo «Momentos Históricos»–, el padre y la madre de Sergio Ramos; el Presidente del Real Madrid y férreo negociador, Florentino Pérez. Sergio Ramos y su pequeña sobrina; Pilar Rubio, René Ramos, la pareja de René Ramos y un señor que se metió en la fotografía con una soltura y seguridad encomiables. Sobrevolando la escena, las palabras del generoso deportista y enamorado del escudo: «Nunca me ha movido el dinero».

Sergio Ramos representa, y nadie en los medios deportivos o de expansión nacional lo ha puesto en duda, la cumbre del amor. No es deshonroso moverse por dinero. Es legal moverse por dinero. Es justo moverse por dinero. Pero no moverse por dinero y darlo todo como Sergio Ramos es, al menos así se me antoja, un primer paso valiente y público dado en pos de la recuperación del humanismo y la dignidad del ser humano. En vista de ello, y por sorpresa, el Real Madrid ha firmado con Sergio, el humanista, y René, el hermano del humanista desprendido, un contrato por el que percibirá el gran cabeceador, nueve millones de euros netos y libres de impuestos por año hasta el 2020. Un «bonus» añadido valorado según su rendimiento. El 50% de la publicidad que por pertenecer al Real Madrid le sea contratada. Sueldo, primas por ganar y dietas de viaje. Inesperado premio a «quien nunca se ha movido por el dinero» y jamás se le pasó por la cabeza formar parte del Manchester United. Porque si nunca se ha movido por el dinero y el Manchester sólo le ofrecía dinero, ¿Para qué abandonar el club de sus amores, de sus sueños y de su adorado escudo?

Me ha vuelto la emoción y veo con nubes. Las nubes se agolpan en las cumbres de las montañas. Y hoy se han abrazado a la cumbre del amor.