María José Navarro
La «edá»
Bonitos hijos: estoy hecha una cerda. Yo es que, cuando me dejo, estoy dejada hasta dar asco. Tengo la casa como Paquirrín. El caso es que he vuelto recientemente de un viaje y me he dado cuenta de que ya no hago las maletas en función de lo que me voy a poner, sino de lo que me voy a tomar. Yo pienso: «Dios mío, con todos los achaques que tengo, qué me puede pasar fuera de la casa que no tenga pastillas y cosas a mano y me estrese». Y a partir de ahí, el drama. Blastoestimulina, Ginecanestén, Salvaslips, un par de tampones que la pre menopausia es muy traicionera, las pastillas de la cistitis, una pomada para la flora bacteriana, unos óvulos, un gel íntimo que respete mi Ph natural, la soja anti sofocos, paracetamol, ibuprofeno, toallitas por si no hay papel higiénico, un anti inflamatorio, Almax, Pancreoflat, omeprazol, Nolotil y mucho Aerored. Bueno, total, que cuando te das cuenta ya no te caben los sostenes en la bolsa. Justo cuando me percataba una vez más de que la edad es una mierda, he tenido que ir al oculista. Cuatro años y medio sin ir, resultado: veo menos que Pepe Leches. Las gafas que tengo son muy monas, pero soy Rompetechos. Así que me he ido al óptico. Una pregunta que me hago y que lanzo al aire. ¿Qué lleva al ser humano a tratar de engañar al tipo o tipa que te gradúa la vista? Quiero decir, llegas, te sientas en la silla, te ponen ese mamotreto delante y te piden que leas letras. Z, M, H, B. Siguiente línea. Y comienzas a darte cuenta de que sólo ves un pegote a lo lejos, pero entornas el ojo, lo cucas, tratas de divisar qué coño es esa mancha, llegas los nervios y te dices: voy a arriesgarme, es una X. Que más que al oculista parece que vas al Pasapalabra. Viene el de la bata, te cambia el cristal por uno gordo como un sollo. Y resulta que es una A. O sea, que no ves una mierda. Y me fui a casa, me hice una ensalada, me di pena y me dije: a tomar por saco la dieta. Embutidos de colores y bien de pan.
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