Pilar Ferrer

La estrella fugaz

La Razón
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Pasará a la historia como «Arantxita la breve», pero también como la mujer que ha sumido al PP del País Vasco en una profunda crisis, un nuevo e incómodo frente en plena precampaña electoral. En los últimos días era el comentario general en el Gobierno y el partido sobre esta mujer rubia de sonrisa angelical, católica confesa y ultraconservadora que, sin embargo, cavó su tumba política por un intento de aproximarse a la izquierda abertzale. El caso de Arantxa Quiroga es el de una joven ambiciosa y protegida desde Madrid por la secretaria general, María Dolores de Cospedal, pero fuertemente discutida por los barones vascos: Iñaki Oyarzábal, a quien defenestró, Borja Semper y, sobre todo, el influyente clan de los alaveses liderado por Javier Maroto y el ministro de Sanidad, Alfonso Alonso. Su fugaz paso por la política contrasta con su ascendente carrera desde que fuera elegida parlamentaria en el año noventa y ocho. Nacida en Irún en una familia de honda tradición religiosa, ella nunca ha ocultado su pertenencia al Opus Dei, estudió Derecho, entró en Nuevas Generaciones y endureció su discurso tras el asesinato de Gregorio Ordóñez. Sin el carisma de Jaime Mayor Oreja o el coraje de María San Gil, era también una férrea defensora de las víctimas del terrorismo e implacable contra ETA. Muchos de sus compañeros no entienden su viraje al presentar la polémica moción que ha cercenado su carrera y que atribuyen a la fragilidad de su liderazgo. Tras la fuerte personalidad de San Gil, aparentaba menos carácter, pero comenzó a medrar en el partido a la sombra del guipuzcoano José Eugenio Azpiroz y el nuevo presidente, el bilbaíno Antonio Basagoiti.

Vasca de ascendencia castellana por parte de padre, Arantxa había conocido a José María Aznar en un acto en Valladolid y quedó impresionada por sus dotes de mando. De hecho, y a pesar de su dulce aspecto, sus compañeros del PP vasco la definen como una mujer bastante mandona, a veces autoritaria, que no ha sabido lidiar con la dirección ni la militancia. Su gran protectora siempre fue María Dolores de Cospedal, sus críticos , Iñaki Oyarzábal, al que fulminó, y Alfonso Alonso. Un «sorayo» puro, lo que muchos interpretan como un nuevo triunfo de la vicepresidenta del Gobierno en este pugilato de poder entre las dos grandes damas del PP. Lo cierto es que tras la moción de marras, Quiroga se quedó más sola que la una y con la única salida de la dimisión. Cospedal intentó que aguantara, pero la crisis era ya inevitable.

La figura política y personal de Arantxa no ha estado exenta de polémica, sobre todo por las relaciones empresariales de su marido, Álvaro Arrieta Konyay. Un hombre influyente en el mundo de los negocios, donde prosperó a raíz de una pequeña empresa dedicada al fomento y organización de eventos deportivos. Arrieta ha estado vinculado con ilustres apellidos de la burguesía catalana, incluso con el marido de la Infanta Cristina, Iñaki Urdangarín, Javier de la Rosa y la familia Pujol. El matrimonio siempre ha defendido la legalidad de sus empresas, pero en el PP vasco eran un secreto a voces algunas «amistades peligrosas» de Arrieta. En su etapa como presidenta del Parlamento de Euskadi, salió al paso de algunas murmuraciones y defendía «como una loba» a su marido, según dirigentes populares vascos. Madre de cinco hijos varones –Álvaro, Andrés, Pablo, Pedro y Jesús–, la familia es de costumbres arraigadas: fin de semana sencillo, todos los domingos juntos a misa, paseos en bici por la playa y almuerzo tradicional en algún lugar del casco viejo donostiarra. Nadie podía predecir el ocaso de esta musa rubia y la levedad de su mandato bajo las fauces de Bildu, que ahora la aplauden mientras su partido la deja caer. Dice que no se arrepiente de nada, pero no daba la talla. Ha sido una estrella fugaz en el cielo enrevesado de un País Vasco donde no se admiten medias tintas.