Sevilla
La feminización de un rebelde de tarimas
Habría que preguntarle a Pablo Iglesias si las celebraciones de las conquistas de Simón Bolívar, su libertador burgués de cabecera, le parecen también «rancias, incultas y reaccionarias», como ha calificado la Toma de Granada. Al secretario general de Podemos, «cipotudo» en el verbo y «virilizado» en el andar, le puede su impronta de gallo de corral y no hay efeméride tradicional contra las que no picotee furioso. Sus principios, es sabido, son netamente «transformadores», por utilizar ese léxico propio del Directorio revolucionario al que es afín. Si la protesta quedara en no conmemorar la Constitución que le da cobijo bastaría para calificarlo; lo grave es que le importa igualmente una higa hacer política real en las Cortes Generales, institución que deslegitima a cada paso. A Iglesias, rebelde de tarimas, sólo le sirve ostentar el poder en el Gobierno o hacerlo desde las trincheras, residan éstas en la calles de adoquines o en las redes de Internet. La de Podemos es en general una política manierista. Recientemente se ha confirmado que aquellas lágrimas a las puertas del Congreso o aquel arrumaco desde el escaño al niño de la camarada Carolina Bescansa no fueron espontáneos: perseguían un objetivo, estaban guiados por una estrategia. Estética, más que ética, la muestra de sensibilidad y afecto se ha convertido en la última táctica para sumar votos. El propio Iglesias ha denominado tales acciones como la «feminización de la política». Es la penúltima moda, aunque sea una proclama con varias décadas de recorrido. Hay que feminizar el mundo. En Sevilla, otro ejemplo, el grupo municipal Participa insiste en la falta de una «perspectiva de género» en los presupuestos. En esos cielos andan. Los problemas cotidianos deben de ser demasiado mundanos.
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