M. Hernández Sánchez-Barba

La Historia y el historiador

Friedrich Meinecke, director de la gran revista «Historische Zeitschrift», fue magisterio de historicidad desde la avanzada del profesorado universitario europeo en la Universidad Libre de Berlín. Leopoldo von Ranke (1795-1886) repetía que el «historiador debe hacerse viejo». Ha sido posible comprobarlo en historiadores germanos de la importancia de Mommsen, Harnack, Burckhardt y el propio Friedrich Meinecke, que mantuvo un trabajo intelectual de amplia importancia y apertura de posibilidades nuevas en el fecundo terreno y laboratorio de la comprensión de la experiencia humana, desde la conciencia del historiador, abriendo de modo permanente nuevas vías de entendimiento, sin contraponer pasado y presente; sin rechazar lo más remoto respecto al máximo actual; pues es fundamental entender, acrecentar, lo coetáneo histórico con la personalidad misma del historiador en su propio tiempo de vida y actividad histórica, como explica en «Geschichte und Gegenwart» (1939): el análisis y estudio de la historia, mucho más que un ejercicio intelectual, es una experiencia de la personalidad total, una participación por consecuencia en actos, acciones, ideas y proyectos de personas de otras épocas, pues la historia ofrece el marco global, la totalidad, en la que nos hacemos inteligibles los hombres del presente. En «Geschichte der Gegenwart», Meinecke afirma que el historiador sólo puede comprender y asimilar el pasado histórico a través de «su» presente histórico. De manera que hacer Historia, para Meinecke, es reconstruir y comprender el pasado entrando en el máximo contacto posible con la vitalidad humana del momento histórico cuya comprensión se intenta llevar a cabo. Es condición imprescindible de quien escribe la historia, afirma Meinecke, crear «nueva historia», reflejando la serie de cuestiones, acontecimientos y problemas que han originado su atención temporal.

Los historiadores alemanes distinguen el tiempo real, que es el tiempo «íntimo» o popular, que se distingue por la caducidad de la «temporalidad» o tiempo histórico, que se caracteriza por la «duración». En el pensar histórico se forma, inevitablemente, un concepto del tiempo distinto del tiempo categorial, contrario de caducidad, en realidad contrario por ser afirmativo de unidad y personalidad. Meinecke, desde los años culminantes del Estado del canciller Otto von Bismarck, había ido recogiendo datos y reflexionando en su muy alerta conciencia de historiador del mundo contemporáneo sobre los sucesos y contingencias de su patria que, a pesar del gran optimismo que refleja el pensamiento historiográfico del historiador, había acabado por precipitarse y hundirse en la tremenda catástrofe en la I Guerra Mundial, del tratado de Versalles, que Meinecke había procurado, por todos los medios al alcance de un historiador, de rectificar entre las dos guerras mundiales. Su actitud responsable, frente a la postura pasiva de otros intelectuales alemanes, consistía en señalar factores históricos bien visibles: causas, consecuencias estructuras y coyunturas, posibilidad de encontrar y rastrear remedios. Convertido en un verdadero péndulo, siguió la historia de su propia duración profesional como historiador, que aparece plenamente en su gran libro «La idea de la razón de Estado en la Edad Moderna» (Madrid, Centro de Estudios Políticos, 1997), con un magnífico estudio preliminar del profesor Luis Díez del Corral.

Es claro que las ideas que maneja Meinecke están muy centradas en antiguas tendencias de pensamiento, de modo particular en el idealismo y muy concretamente en W. von Humboldt. Es decir, las ideas de Meinecke no son metafísicas, no son teóricas, sino que se originan en la historia en cuanto la triple índole vital, social e ideal que la constituye. De manera que la idea que suscribe con tanto vigor acerca de la razón de Estado no se integra en un estrato academicista de las ideas políticas. No cree que ese modo de tratar las ideas tiene que llevarse a cabo, afirma como parte esencial de la historia general, una y universal, que es la única que puede generar modos coherentes del proceso de pensamiento de Estado, precisamente porque la tendencia a la unidad de la historia permite recomponer las figuras de la historia, de la filosofía, de las mentalidades y la historia cultural, abriéndose de este modo un espacio de historia intelectual como espacio de investigación.

El historiador debe crear en su investigación una imagen coherente, racional y de conciencia de la experiencia desaparecida que sólo puede recomponer una idea, constituida por otras de la más variada flora. La historia se encuentra regida por potencias misteriosas manifestadas como bipolaridades que conducen al máximo del obrar humano.