Francisco Marhuenda
La manipulación de la Historia
No es algo nuevo. La manipulación de la Historia es una práctica tan vieja como deleznable. Es ponerla al servicio del partidismo y la propaganda. Durante siglos fue algo habitual. Un historiador no puede permitir que la ideología le ofusque, como sucedía con la historia patriótica, romántica o marxista. Este tipo de ofuscación es un mal característico de los que quieren que la Historia diga lo que les conviene. Es algo que sucede con numerosos estudios sobre la II República, la Guerra Civil y el Franquismo donde no se abordan estos temas tan complejos con rigor y objetividad. No se puede escribir sobre un suceso, un periodo o un personaje histórico desde la simpatía o la antipatía. Un mal historiador, por más renombre que tenga, es quien antepone la ideología al análisis y la búsqueda de fuentes, porque alguna de ellas entra en colisión con sus ideas preconcebidas. Un buen historiador para la izquierda es aquel que rezuma, precisamente, apriorismo a la hora de analizar la historia contemporánea de España. Desde Fernando VII hasta nuestros días hay que repartir etiquetas de buenos y malos para complacer los dogmas de la antihistoria y se cae, precisamente, en los excesos que criticaban de los Historiadores patrióticos del siglo XIX y parte del XX. En este mismo sentido, un buen historiador para el nacionalismo catalán es aquel que abraza los despropósitos que expanden algunos profesores poco rigurosos y numerosos aficionados a una historia que tenemos que escribir en minúsculas porque nada tiene que ver con la verdad.
Al historiador hay que exigirle objetividad. Con la mentalidad de los «historiadores de la memoria» no hay historia, sino la subjetividad de los recuerdos, el apriorismo de las ideologías y la investigación al servicio de la política. Durante años he escuchado y leído en mi querida tierra catalana auténticos despropósitos expandidos por profesores que habían ganado la cátedra o la titularidad a golpe de ideología. En cierta ocasión uno de ellos me dijo que nunca podría ser catedrático porque era de derechas y, por supuesto, no comulgaba con el nacionalismo. Este poder siempre ha sido generoso con los historiadores de la oficialidad. Es la versión de una Cataluña milenaria que fue invadida y perseguida por España, con hitos gloriosos como 1640 o 1714. Su visión del Pacto de Caspe, el rechazo a Fernando II de Aragón, conocido como el Católico, o su padre Juan II. El mito del príncipe de Viana y tantos otros que la propaganda expande desde la manipulación. La culminación final de la antihistoria es, por supuesto, 1714 y la visión sobre Felipe V y los Borbones en el siglo XVIII. En alguna ocasión he escrito que Felipe V merecería una calle en todas las localidades catalanas por la gran obra reformista de sus ministros. Uno de los historiadores que más admiro es el catalán Jaume Vicens Vives, que desapareció prematuramente aunque dejó una obra extraordinaria. No se limitó a ser un gran medievalista sino que su interés abarcó las edades Moderna y Contemporánea y la historia de la Economía con aportaciones decisivas. Hoy faltan en Cataluña historiadores como Vicens Vives y sobran aficionados a la antihistoria como son los historiadores oficiales del nacionalismo catalán.
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