Fernando Vilches

La memoria... histórica (V)

La Razón
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Pero fue a partir de la victoria socialista en las elecciones de marzo de 2004 cuando unos y otros reclamaron la aceleración de esa ley sobre la memoria histórica y cuando se empezó a vislumbrar que, tras esas iniciativas, subsistía algo más que recuperar para hacer justicia y recuperar con un valor pedagógico para las jóvenes generaciones democráticas españolas del posfranquismo. Se trata, en definitiva, de recuperar la memoria histórica o personal de una parte de aquella sociedad que se vio atrapada en el conflicto fratricida, por lo que es necesariamente parcial y partidista, porque una persona (o un grupo determinado de personas) es solo una parte de la historia. Por ello, reflexionaba años antes, al respecto, el filósofo Gustavo Bueno: «La memoria personal es la que tiene como material a los recuerdos de la vida propia, pero en relación con la vida pública (política, científica, artística, profesional). La persona implica siempre a un grupo de personas, necesariamente dadas en sucesión histórica. Dicho de otro modo, la memoria personal tiene siempre que ver con la historia. La memoria personal es necesariamente histórica y, por tanto la memoria histórica no es sino un modo de designar, de modo redundante, a la memoria personal». Y echaremos mano, también, de uno de los historiadores más rigurosos y añorados de España, Manuel Fernández Álvarez, quien declaró que compartía principios del socialismo y de la derecha liberal. En una entrevista-reportaje, publicada en el «Magazine» del diario «El Mundo», hacía esta reflexión acerca del tema de la memoria histórica: «Cómo voy a negarla yo siendo historiador, pero abogo por una memoria válida para todos, que abarque el pasado con plenitud, porque la locura se dio en un lado y en otro, culpables fueron todos, que entregaron el país a los verdugos. El mismo Azaña estaba atormentado por las barbaridades que se cometieron en las checas de la república que él gobernaba, enloquecida: hay que releer la Historia. Entonces no se puede enaltecer a una España en contra de la otra, hay que superarlo; no se puede enarbolar la memoria como un arma de combate contra el adversario, sino para entenderla y llegar a un perdón, que no un olvido». Son manifestaciones suficientes par ilustrar un tema complejo y difícil, pues aborda mucho sufrimiento pasado por la población española más humilde, la que –seguramente– no pudo escoger bando o no quiso hacerlo, y que se vio inmersa en una guerra brutal de cuya memoria viva queda aún un buen número de españoles y que jamás debería convertirse en un arma política esgrimida a conveniencia de unos u otros. Dejemos, pues, la Historia con mayúsculas en manos de los buenos historiadores que nos desvelen el pasado, bueno o terrible, de esta nación hoy acosada por multitud de reinos de taifas, pasado al que no se puede renunciar aunque se quiera, que debe servir, sobre todo, para no repetirlo.