M. Hernández Sánchez-Barba
La Monarquía dual
Juan II de Aragón y Navarra (1458-1479) tuvo una intervención decisiva en la «Monarquía dual» que se afianza con el matrimonio de Isabel I de Castilla (1474-1504) y Fernando II de Aragón (1479-1516), con lo que los dos reinos peninsulares, bajo la experta orientación estratégica de Juan II, afianzan las estructuras formativas del Reino de España. Gómez de Figueroa, informador de Juan II en el Reino de Castilla, escribe al rey poco antes de morir: «Su merced faze lo que el buen cirujano, que primero pone en la yaga cosas blandas y si con ellas no puede curar, lo hace con fuego y hierro». Se refería a las proféticas voces que auguraban el excelso triunfo de Fernando de Aragón, que al morir su padre recibía la Corona. Según la profecía del médico valenciano Arnau de Vilanova aparecía un rey que sería capaz de unificar España, subyugar e intentar la reconquista de Jerusalén. Y un vecino de Perpiñán, en su «Derecho militar» (1476), hizo la síntesis heroica de Fernando como heredero del águila imperial; pero Fernando había casado con la hija del león castellano, lo que le permitía sojuzgar a los moros de Granada, poseer África y arrancar las flores de lis de sus huertos –esto es, el «Roysellón»– de manos de la monarquía francesa.
Lo dual se imponía en la interacción de Castilla y Aragón. En el siglo XV Castilla entraba en una fase larga de expansión económica, con un fuerte crecimiento productivo y mercantil, que se prolonga hasta finales del XVII; fue espectacular el aumento de la ganadería y la exportación de la lana hasta la ciudad de Burgos, con los grandes almacenes o depósitos en el Valle de Mena, en espera de embarque en los puertos castellanos del Cantábrico para el norte de Europa; y en doble dirección, de exportación e importación, el hierro, con las ferrerías que poblaban, al par con los molinos de harina, todo el territorio desde la Meseta hasta la costa. Esta fase de expansión económica tuvo un efecto favorable en el descenso de la presión de los impuestos indirectos (alcabalas). Ello se apreció en el aumento de los mercados semanales y la aparición de otros nuevos en las ciudades de realengo, así como un crecimiento productivo del comercio exterior. Una expansión económica que no era igual en los condados pirenaicos por la doble inquietud del rey de Francia, Carlos VIII (1483-1498) y su acción sobre ellos, lo que motivó el viaje del rey Fernando a Barcelona cuando el monarca francés anunció su decisión de negociar. Desde 1492 las negociaciones habían entrado en fases decisivas. El secretario Juan de Coloma tuvo que hacer un viaje rápido a Burgo de Osma para poner al rey en antecedentes de la negociación, que había llegado a un punto crítico. Se agravaba con la situación en la Cataluña Vieja, donde los campesinos, sujetos al pago de remensa a su señor, desde fines del siglo XIV unas 80.000 personas, primero entraron en desórdenes a principios del XV (1413-1432), después en insurrección abierta en 1455 y desde 1462 en guerra civil. En 1486 Don Fernando promulgó la «Sentencia arbitral de Guadalupe», que fijó la cuantía y su supresión una vez hecho el pago; ello afectó a unas 50.000 personas y originó un gran malestar. La Corte había llegado a Barcelona el 7 de diciembre de 1492. Cuando el rey bajaba las escaleras del Tinell, un payés de remensa le agredió con un cuchillo. El grueso collar del Toisón de Oro que llevaba le salvó, aunque durante muchos días se temió seriamente por su vida. Las autoridades de Barcelona ordenaron la ejecución del payés, mientras la reina suplicaba a fray Hernando de Talavera que si uno de los dos tuviese que morir, fuese ella, pues era más necesario al reino en aquella hora el rey.
Da la impresión que las profecías poca influencia ejercieron en el tiempo, pues en virtud de una cirugía dialogante se abordaron los problemas de fondo de la administración hacendística, que han sido estudiados muy a fondo por el catedrático Ladero Quesada; se frenó la especulación de los juros –es decir, la deuda consolidada que había caído gravosamente sobre el Tesoro– y el orden público determinó de modo concluyente la seguridad en los caminos, ciudades y rutas comerciales. Por añadidura, en plena convalecencia del rey, Cristóbal Colón, convertido en Almirante del Mar Océano, es recibido triunfalmente en Barcelona a finales de abril de 1493. El relato de Gonzalo Fernández de Oviedo transmite la magnificencia de la recepción de toda la Corte. Se abría una nueva empresa: las Indias, según Colón, convencido de que había llegado a China y Japón. Los españoles bien pronto lo denominaron Nuevo Mundo.
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