Pilar Ferrer
La noche de los puñales bajos
Mariano Rajoy ha pasado miles de obstáculos en su vida política. Pero si ha habido una noche especialmente intensa esa fue la del viernes 22 de enero. Tras anunciar su renuncia temporal a la investidura, en La Moncloa los teléfonos echaban humo. Los principales líderes europeos llamaron al presidente de Gobierno español estupefactos ante la situación, impensable en cualquier país democrático serio. Hace ya semanas que en los despachos de la Unión Europea saltaban las alarmas por la incertidumbre política tras las elecciones del 20-D y, sobre todo, por la ya enfermiza aversión del secretario general del PSOE a dialogar con el partido más votado. La decisión de Rajoy, una vez consumada la ofensiva chulesca de Pablo Iglesias en una humillación sin precedentes a Sánchez, encendió a las cancillerías. Según fuentes diplomáticas, los máximos dirigentes de la UE contactaron con La Moncloa. Entre ellos, el presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, y dos cualificados socialistas, el francés Comisario de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, y el alemán presidente del Parlamento Europeo, Martin Schultz. Nadie podía entender la ausencia de una política de estado, con altura de miras, por parte de Pedro Sánchez.
Hasta altas horas de la madrugada, Mariano Rajoy atendió todas las llamadas. Especialmente intensa fue la de Juncker, el conservador luxemburgués que mantiene una estrecha relación personal con el presidente español. Y muy significativas las de Moscovici y Schultz, dos socialdemócratas europeos en cuyos países sería impensable el actual bloqueo en España. Las preguntas eran las mismas: ¿por qué un hombre que ha sacado a España del rescate, bajo una durísima crisis económica, es tan aborrecido por la oposición? ¿Y cuáles eran los motivos para declinar su presencia temporal en el debate de investidura? A todos ellos les explicó la envenenada situación y, en la más larga de todas, la mantenida con Jean Claude Juncker, le espetó la justificación definitiva: «Mire usted, presidente, un debate de investidura no puede ser un linchamiento», reflejo clarividente de cómo iba a ser esa sesión en el Congreso, con toda la oposición en contra. «Eso no es un debate, eso es un escabeche», dice gráficamente un alto cargo de La Moncloa como prueba de la trituradora parlamentaria que le preparaban al líder y candidato del Partido Popular.
Una jugada maestra que escuece al adversario y pone toda la presión sobre Pedro Sánchez. Un golpe de efecto muy astuto y una lección de democracia. Es el análisis que hacen en el entorno de Rajoy, la cúpula de Génova y las sedes diplomáticas europeas sobre su decisión. «Política frente a veleidades de advenedizo», aseguran algunos embajadores acreditados en Madrid muy críticos contra el secretario general del PSOE, a quien responsabilizan de haber dado todo el poder a los radicales de Pablo Iglesias por sus pactos en Comunidades Autónomas y Ayuntamientos. «Primero España, después los partidos», llegó a decirle un diplomático importante a Sánchez en un encuentro reciente. Todo ha sido en vano ante su obsesión contra el PP y, sobre todo, contra Rajoy. Buena prueba de ello es su reacción tras el anuncio del presidente en funciones de aplazar la investidura. En esas horas tan cruciales, noqueado y aturdido, desde Ferraz se puso en marcha lo que en Moncloa y la cúpula del PP llaman «la noche de los puñales bajos».
Sin dar la cara, escondido tras la patética declaración de César Luena, acusando a Rajoy de «trilero antisistema», Sánchez ordena lanzar la consigna de que «sin Rajoy todo es posible». Con el objetivo de desestabilizar al PP y hurgar en sus divisiones, desde la dirección socialista se llamó a mandatarios y periodistas para hacer llegar un mensaje: Si Rajoy da un paso atrás y pone otro candidato, las cosas serían diferentes. Un golpe bajo, sucio y rastrero, que provoca la indignada reacción de los «barones» críticos. Según ha sabido este periódico, la misma noche del día 22, el presidente extremeño Guillermo Fernández Vara es interrumpido en una cena en Mérida por la andaluza Susana Díaz y el asturiano Javier Fernández. Ambos le llaman alarmados ante las insolencias desafiantes de Pablo Iglesias, que se burla de Sánchez con su oferta de gobierno y su apoyo a que sea presidente. Las reacciones socialistas salen en cascada e irrumpen en otra cena que celebran en Madrid Eduardo Madina y Juan Moscoso, dos defenestrados por Sánchez y su actual equipo. En el mismo local se encuentran algunos dirigentes catalanes, de la antigua Convergència, que se muestran también muy críticos con el secretario general del PSOE, sin cuya abstención le será imposible cualquier maniobra.
«Rabiosos y atrincherados». Así definen los críticos socialistas el estado de ánimo del equipo de Pedro Sánchez. Y lo prueban las diatribas que salen desde Ferraz contra Susana Díaz o Javier Fernández. De la «baronesa» andaluza recuerdan el turbio asunto de los ERE y cursos de formación que la obligan a comparecer próximamente ante los tribunales. Y a Fernández le acusan de tener Asturias «patas arriba». Cruce de cuchillos que llegan también al castellano-manchego Emiliano García-Page, a quien le recuerdan que gobierna con Podemos. La tensión es máxima ante el Comité Federal del día 30 que, según fuentes del «aparato», Sánchez podría aplazar. «Un escándalo en toda regla», aseguran en algunas Federaciones socialistas, mientras crece el desconcierto. Nadie duda de que Mariano Rajoy ha dado un golpe de astucia muy bien calculado y que Pablo Iglesias, sin piedad, quiere devorar al PSOE por los pies. Como bien lamentan algunos de la vieja guardia: Un Pablo Iglesias lo fundó y otro se lo merendó. En este endiablado escenario, Mariano Rajoy da la cara y apela al respeto hacia sus votantes. Pedro Sánchez esconde la patita y lanza insidias contra el PP, mientras Pablo Iglesias está exultante y los dirigentes europeos se frotan los párpados. Pero, ¿qué pasa en su país?, le insisten muchos de ellos a Rajoy. ¿Por qué no es posible un pacto como en Alemania, Austria o Finlandia? La respuesta tiene un nombre: Pedro Sánchez, abducido por un odio irrefrenable hacia Mariano Rajoy. En estas horas de conjura, desde Ferraz se ha puesto en marcha la maquinaria de la corrupción, sacando a la luz los casos que salpican al PP. Llegan, incluso, a dar nombres de jueces que pueden ahora airear algunos sumarios. Es un juego sucio que sólo piensa en la difícil supervivencia de un líder que, meses atrás, renegaba de todo pacto con los populismos. La hemeroteca es cruel e implacable. Mariano Rajoy, tildado de inmovilista, ha movido una pieza inesperada. Y Pedro Sánchez no sabe como encajar la jugada, ni siquiera ante los suyos. Ya lo dijo un día Alfonso Guerra: «Quien con niños se acuesta, con pañales se levanta». Aunque en el caso de Sánchez sean como escarpias en contra suya.
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