Restringido

La pasión turca

La Razón
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¿En manos de quién estamos? Mucho llenarnos la boca de palabras bonitas y a las primeras de cambio, en cuanto un problema se envenena, los altos responsables de esto tan inspirador que es la UE se van por el desagüe. Literalmente, y prueba de ello es lo que está pasando con la crisis de los refugiados. Asustados por el penoso espectáculo de decenas de miles de infelices atrapados en el barro y viendo cómo los socios recién llegados de lo que fue el Bloque Soviético cierran la «Ruta de los Balcanes», mientras Dinamarca bloquea puentes y Suecia anuncia expulsiones, lo primero que se les ocurre es prometer el oro y el moro a Turquía. El acuerdo es infame, porque pone precio a cada cabeza, como si los desesperados que llegan de Siria, Irak, Afganistán y otros pudrideros fueran ganado y no seres humanos, pero es que además incluye concesiones suicidas.

Hablan ya de eliminar los visados para los turcos que quieran acceder a la linda Europa y de acelerar del proceso de adhesión a la UE, a cambio de que el régimen de Ankara acepte recoger y «procesar» a los miserables que saltan a las islas griegas o sufren atrapados en Macedonia. Turquía es clave. No sólo por su posición -–comparte frontera con Grecia, Bulgaria, Georgia, Armenia, Irán, Irak y Siria– o porque con su millón de soldados es numéricamente la segunda fuerza militar de la OTAN, sólo detrás de EE UU. Cuenta también con una economía boyante y en expansión. Todo muy bien, pero ya me dirán ustedes qué pinta dentro de la UE un país musulmán de 80 millones de habitantes, dominado cada día más por los islámicos. Alteraría todos los equilibrios, empezando por los del Parlamento Europeo, y no precisamente en el buen sentido. Antes de ser presidente, el aparente suave Erdogan pasó cuatro meses en la cárcel por incitación al odio religioso. Era por aquel entonces alcalde de Estambul y no tuvo otra ocurrencia que leer una poesía islámica en un mitin en la que decía: «Las mezquitas son nuestros cuarteles, los alminares nuestras bayonetas, las cúpulas nuestros cascos y los creyentes nuestros soldados». ¿Ha cambiado? ¿Se ha moderado? ¿Se ha hecho con el tiempo menos integrista y más tolerante? No, y prueba de ello es que el día que no cierra un periódico, clausura una televisión y el que no reprime a los kurdos, castiga a los tuiteros o contrabandea petróleo del Dáesh. Con gente así, no se construye la Europa de los derechos, la solidaridad y las libertades.