El desafío independentista
La pintan calva
Pocas veces en la vida tienes ocasión de barajar de nuevo y modificar la apuesta y esta, gracias a la soberbia infinita de los independentistas catalanes, es una de ellas. Han ido tan lejos en su chantaje, que nos han puesto en bandeja la oportunidad de arreglar un poco lo que con tanta ilusión como ingenuidad se hizo fatal en la Transición. Este 1-O, en el que no habrá referéndum soberanista ni nada que se parezca, se cumplen 37 años, 11 meses y cuatro días de la aprobación del Estatuto de Cataluña. Desde entonces y utilizando las competencias transferidas en Educación, el control de los medios de comunicación, la policía autonómica, la Agencia de Consumo y hasta los éxitos del Barça, todo ha sido un goteo de odio a España. El resultado salta a la vista viendo las manifestaciones de estos días y las retransmisiones de TV3: dos generaciones completas educadas en la xenofobia y en la estupidez de que son superiores, más laboriosos, cultos, educados, buenos y hasta limpios que los españoles. Frente a eso ya no hay nada que hacer y no tiene sentido flagelarse recordando que el problema viene de lejos y es consecuencia de la dejación de funciones de un montón de gobiernos de todo color, tan frívolos como acomplejados, y de la osadía de unos políticos soberanistas, que llevan tres décadas manejando el poder autonómico con su finca. Lo que si puede y deber hacer Rajoy es impedir que se cree una tercera generación de fanáticos, porque entonces el porcentaje de los que apuestan por separar Cataluña de España irá subiendo hasta cifras insoportable. Dentro de cinco días y merced al maquiavelismo de Rajoy, el desafío inmediato quedará en agua de borrajas, pero el 2-O empieza otra batalla menos espectacular y más complicada. Que ganará haciendo concesiones, ampliando autonomías y metiendo dinero. Cualquier gesto en ese sentido será indefectiblemente visto por los fanáticos de la senyera como una claudicación y sólo servirá para alimentar nuevos retos y enconar el problema. En la España de 2017, términos como diálogo o negociación son sacrosantos, y decir «no» y contar a los ciudadanos las consecuencias de algunas decisiones o los riesgos que entraña ser coherente, está muy mal visto. La ocasión la pintan calva y el gangsteril empecinamiento de Puigdemont y sus compinches, da a Rajoy una oportunidad única para ajustar el desbarajuste autonómico. España lo merece.
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