Julián Redondo

La pocha

La Razón
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Cumplido el minuto 20 de partido, los 2.800 metros de altitud sobre los que levita Quito dejaron de ser aliados de Ecuador. Messi imponía su ley. Contrarrestó el gol de Romário Ibarra en el segundo 40 con dos tantos a los que añadiría un tercero para acallar esas voces argentinas que no le perdonan haber crecido en el Barça, ni sus triunfos ni sus títulos de club ni sus Balones de Oro conseguidos en tierra extraña. La albiceleste no llegaba ni al repechaje y Leo la incrustó en el Mundial. Messi ha ganado la partida.

Tardó un poco más que Puigdemont en dar la vuelta a una situación dramática para el fútbol argentino. En 46 segundos, el «President» asumió el mandato de convertir a Cataluña en un estado independiente y suspendió la declaración de independencia. Su república duró 9 horas 59 minutos y 14 segundos menos que la de Companys. Pero en este caso el partido continúa. La pelota va de un tejado a otro, tránsito infernal, mientras el público inocente agota los psicotrópicos y aguarda al lunes 16 convencido de que el jueves 19 después de la prórroga ya no habrá penaltis. Entonces, impelida por la fuerza de la Constitución, la «vieja», como la llamaba Di Stéfano, caerá en la red adecuada tras el chut imparable de la Ley.

Porque todo es cuestión de tiempo. Y de talante, que diría Zapatero. En la pocha, juego de baraja española que entusiasma a Piqué, los cálculos erróneos penalizan y no hay espacio para los faroles. Tampoco en el fútbol. Argentina echó cuentas de sus bazas al empezar las eliminatorias y le sobraban puntos, hasta que la realidad se impuso y se vio más fuera que dentro. Entonces apareció Messi, que no especula, que no cambia de opinión cuando enfila hacia la portería, que dribla, chuta, inventa, que transforma sandías en balones, y bendijo a su selección. Si juega a la pocha como a la pelota conseguirá que Piqué esté atento al próximo discurso del Rey.