Restringido

La revolución de Pablo Iglesias

La Razón
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Camisa oscura, a poder ser morada, con las mangas remangadas, puño derecho en alto, bien apretado y visible, con pulseras de cuero en la muñeca, barba breve, pelo largo y liso rematado en la característica coleta, dentadura poderosa, ojos brillantes ligeramente achinados y, envolviéndolo todo, una sonrisa de satisfacción, la implacable sonrisa del triunfador, del sátiro, del macho alfa de la política que amenaza a todos los competidores, sin alzar la voz, como el rumor del Duero a su paso por Garray, bajo el cerro de Numancia. Viendo el aplomo y la euforia de Pablo Iglesias en la toma del poder municipal de los suyos –¡ay Carmena, ay Carmena!– muchos sacan ya la conclusión de que estamos ante el nuevo caudillito de las izquierdas. Su astucia pelendona le ha dado resultado. Sin dar siquiera la cara, presentándose embozado, Podemos domina ya Madrid y Barcelona. ¿Qué más se puede pedir? Los que gritaban en la Puerta del Sol «¡No nos representan!», incluidos algunos descerebrados que proponían en sus tuits usar de nuevo la guillotina y quemar judíos, son ahora nuestros representantes legítimos. Ha sido como un desahogo de la calle, que acaso acabe como el rosario de la aurora, dando la razón a la advertencia, más que greguería, de Ramón Gómez de la Serna: «Los españoles, deduje entonces, cada cien años quieren matarse unos a otros». De cumplirse esta cadencia histórica, nos faltan una quincena de años. Así que tranquilos. Aún estamos a tiempo de evitarlo. Al lado de la foto triunfadora y poderosa de Pablo Iglesias con el puño en alto, celebrando el éxito y anunciando el cartel de otoño, se diluye la imagen blanda, casi líquida, de Pedro Sánchez, con su camisa blanca y su canesú andaluz. El PSOE, con él y Zapatero –los dos que acompañaron casualmente a Susana Díaz en su oronda entronización, lo que no es de buen augurio– ha perdido la inciativa de la izquierda. ¡Una lástima! A mí Pedro Sánchez me cae bien porque es del Atlético como yo, o sea, perdedores, y no oculto que siento simpatía por Pablo Iglesias desde el día que supe que había vivido de niño en Soria y que era del Numancia, o sea, rojillo y numantino. Algo se le habrá pegado de aquella tierra austera, hermosa y abandonada. Después de todo, es razonable que la revolución venga por fin de Soria.