Martín Prieto

La solidaridad que nos redime

Supone erróneamente la biología que sólo el hombre tiene conciencia de la muerte y sus misterios. La etología ha certificado empíricamente que los elefantes se reconocen ante un espejo, lo que implica cierta inteligencia abstracta, y que demoran días ante el cadáver de otro paquidermo como duelo e intento de comprender la huida de la vida. Fenómenos análogos se advierten en los cetáceos, especialmente en los delfines, que acuden en socorro de otras especies como la humana. Tribus de macacos arrastran a sus crías muertas, dándoles mimos, hasta que devienen en carroña y las abandonan sumidas las madres en el desconcierto. Los españoles más conspicuos llevan años propiciando una solidaridad remunerada de cenas de gala, mercadillos, fotografías ante paneles publicitarios, famoseo añadido a sus nobles causas, por no entrar en el submundo de bastantes ONG (subvencionadas con los impuestos ) cuyos trabajadores se asalarian, hacen turismo exótico o revolucionario, y se nimban de un aura de personas solidarias dotadas de una moral más exquisita que la de los demás. Luego existe otra solidaridad subyacente, incógnita, alejada de los medios, que reproducen la máxima de Séneca: «Es inicuo no tender la mano a quien ha caído». Los gallegos han reaccionado ante su desgracia en paralelo a los madrileños de todas las Españas en la mañana del 11-M. Aún más que los otros mamíferos, el ser humano corre hacia la muerte, la mutilación, la sangre y el espanto en socorro de sus congéneres, en contra de la ley natural que ampara preservarse y huir. Extraer heridos de un infierno ferroviario no se razona, es instinto animal en toda la nobleza del calificativo que enaltece a hombres y mujeres que arrancan las puertas de sus casas improvisando camillas para politraumatizados. La España real frente a la virtual sólo dada al agio. Estos españoles no habrán leído a Donne, pero se saben sus versos: «No preguntes por quién doblan las campanas/ Están doblando por ti». No tenemos otra aristocracia que la de los siervos de la gleba.