Julián Redondo
La suerte
A Romy Schneider, Sissí, le hubiese gustado almacenar la suerte; pero supo que eso era imposible cuando su hijo David (14 años) murió pinchado en la verja de casa con el intestino perforado. La actriz falleció un año después, con 43, víctima de un paro cardiaco o de una mezcla de alcohol y barbitúricos que pudo provocar el infarto, «chi lo sa». La suerte es buena o mala e influye en todos los ámbitos de la vida, aunque el proverbio latino lo fía todo al trabajo más que a la suerte. Mucho ha trabajado Alberto Contador esta temporada para llegar al Tour pletórico: abandonó en la décima etapa por una mala caída que le produjo una fractura en la meseta tibial. En la quinta, la retirada de Froome, achicharrado en el «Infierno del Norte». Los dos máximos favoritos, en casa, mala suerte; Nibali, de amarillo, al ataque y casi sin rivales. Buena suerte. Contador pedaleó durante 18 kilómetros con un hueso de la pierna roto. Froome fue víctima del pavés, mezcla de espectáculo y escabechina. Corrió con fracturas en ambas muñecas. Otro 14 de julio, en 2003, Beloki desafió a Armstrong y en la novena etapa se rompió fémur, codo y muñeca. El tubular se fundió con el asfalto. Descenso del col de Menté, 1971, Ocaña aventaja a Merckx en casi ocho minutos; ambos se salen de la carretera; al ir a incorporarse, Zoetemelk vuelve a tumbar al de Priego, que es evacuado en helicóptero. Suerte perra. En el otro extremo, Miguel Indurain. No se recuerda un accidente suyo en cualquiera de sus grandes victorias. ¿Pericia? Toda. ¿Trabajo? Estajanovista. ¿Método? Militar. ¿Buena suerte? Más que el resto.
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