Alfonso Ussía
La vergüenza de las ratas
Cuando se derrumbó el muro de Berlín, el comunismo violento se refugió en otros proyectos más alejados del fracaso. Uno de ellos fue el peculiar pacifismo. En nombre de la paz se manifestaban los pacifistas con una violencia desatada. Recuerdo el titular: «Manifestación pacifista en Madrid. Cuarenta policías heridos».
También engrosaron los fracasados las filas del feminismo profesional, del antimilitarismo infantil y necio, y del animalismo. Los animalistas, esos seres bondadosos, dulces y ejemplares que aman a los animales. Todos ellos influidos por Walt Disney, aunque no lo reconozcan por su condición de millonario norteamericano. Walt Disney, ese gran cursi que tanto daño ha hecho con Bambi.
Los animalistas aborrecen –y se respeta– la caza y los toros. No obstante, la gran mayoría de ellos no son vegetarianos. Comen carne y pescado, y hacen muy bien porque las proteínas son necesarias para amar más aún a los animales. Los que no militamos en el animalismo, comprendemos que existan, aceptamos sus preferencias y no los insultamos. Pero todo tiene un límite. El bloque más radical de animalistas son votantes de Podemos, y por ello, portadores de una violencia exhibicionista más que preocupante.
Adrián tiene ocho años. Padece un sarcoma de Ewing, un cáncer de huesos. Adrián, por la quimioterapia, está calvo, pero no ha perdido la sonrisa. Y vive gracias a su ilusión, a la esperanza de ser torero. Algunos animalistas están indignados con Adrián. Un grupo de toreros con corazón y alma han toreado para él en un festival, celebrado en la plaza de toros de Valencia. Enrique Ponce, El Soro, Vicente Barrera y Rafaelillo, entre ellos. Y sacaron en hombros a Adrián, que a sus ocho años cumplía una parte de sus sueños. Toda la plaza en pie aplaudiéndolo.
¿De qué cloaca han salido los energúmenos y los bestias que llenan de violencia las redes sociales? Estaban ocultos y hoy se muestran orgullosos y seguros. Como la animalista, la gran amante de las criaturas de la naturaleza Aizpea Etxezarraga, que ha opinado de Adrián y del festival en beneficio de la Fundación de Oncohematología Infantil. Escribe la bondadosa Aizpea: «Que qué opino? Yo no voy a ser políticamente correcta. Qué va. Que se muera ya. Un niño enfermo que quiere curarse para matar a herbívoros inocentes y sanos que también quieren vivir. Anda yaaaaaa! Adrián, vas a morir».
Como el animalista, el gran enamorado de las criaturas de la naturaleza –exceptuando a los niños enfermos–, Manuel Ollero, que firma como «Maverik». Manuel Ollero demuestra en sus textos dirigidos a Adrián una sensibilidad de rata rabiosa, de mosca excremental. Escribe el roedor de alcantarillas: «Qué gasto más innecesario se está haciendo con la recuperación de Adrián, el niño éste que tiene cáncer, quiere ser torero y cortar orejas». Manuel Ollero, que así se llama el canalla –¿será pariente de Aizpea Etxezarraga?–, no quiere quedarse corto, y prosigue: «No lo digo por su vida, que me importa dos cojones, lo digo porque probablemente ese ser está siendo tratado en la sanidad pública con mi dinero». No se puede expresar con más claridad la crueldad, la perversidad, la inhumanidad y el estiércol mental de un homínido. Más tarde se le ve el plumero morado: «Sólo un Gobierno futuro solucionará esto».
Espero que el partido animalista haga pública su consternación. Adrián ha sido vejado por unos forajidos sin alma, pero se ha ganado la simpatía y el apoyo de la mayoría de las personas que aman y sienten, ante todo, a sus semejantes.
Si supieran leer, hasta las ratas de alcantarilla más asquerosas –que lo son–, sentirían vergüenza y repugnancia de estos salvajes que dicen representarlas. Peores que los terroristas. Malditos.
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