Alfonso Ussía
Lacerante herida
Tuve en mi juventud un amigo con muy buena voluntad y unos sueños infinitos de igualdad entre los hombres. Vivía modestamente, a pesar de que sus padres eran multimillonarios. Me hizo partícipe de sus planes de futuro, mientras paseábamos una tarde por los donostiarras jardines de Ondarreta. «Cuando mueran mis padres, renunciaré a la herencia». Lo admiraba profundamente. Un social-comunista de verdad. Un tipo de una pieza. Se precipitó el futuro. Su madre, norteamericana, falleció de un devastador cáncer de páncreas, y el padre, roto por la tristeza, se suicidó. Mi amigo se enfrentó a la más dura y áspera de las pruebas que la vida puede plantear. Heredar –en aquel entonces–, más de cinco mil millones de pesetas. Sus sueños infinitos de igualdad entre los hombres se nublaron inesperadamente y no renunció a la herencia. Se compró un campo prodigioso de miles de hectáreas en los Montes de Toledo, se construyó una formidable casa y ahí se encerró con sus melancolías. Cuando lo visité volvió a hacerme partícipe de sus sentimientos: «Tengo una permanente, lacerante herida». Entonces se compró un Bentley, y la herida cicatrizó.
No son comparables los casos, pero presiento que el gran dirigente del comunismo en Andalucía Diego Valderas sufre también de una permanente, lacerante herida. Se trata de uno de los promotores de la Ley Antidesahucios de la Junta de Andalucía, y no ha tenido reparos en poner a caer de un burro al Partido Popular, a la Comisión Europea y a las entidades bancarias por su inflexible inhumanidad. Es más, ha llegado a insinuar que ante la desesperanza absoluta es comprensible hasta la reacción violenta. El camarada Valderas era consejero de una Caja de Ahorros que desahuciaba a los impagados y morosos. Y tenía un vecino en esas tristes condiciones. Vecino inmediato, por cuanto su piso lindaba con el del camarada. El vecino pedía 40.000 euros por su piso, con el fin de pagar sus deudas y afrontar las obligaciones de un alquiler. Al fin fue desahuciado del piso colindante al del camarada Valderas, sin que Ada Colau se apercibiera de la situación. Entonces Valderas pagó a la Caja de Ahorros una cantidad irrisoria y se quedó con el piso del vecino expropiado. Los que acostumbran a ir a su casa y frecuentan su hogar elogian sin límites el piso de Valderas, que ha doblado su tamaño después de una modesta obra de acoplamiento. Es decir, que el gran defensor de la Ley Antidesahucios ha comprado el piso de un vecino desahuciado por la Caja de Ahorros El Monte por una cantidad que entra sin dificultad en la consideración de ganga. Más o menos lo mismo ha hecho su lugarteniente, José Antonio Castro, al que tampoco ha acosado Ada Colau cuando se quedó con un inmueble embargado a su propietario por Unicaja.
Insisto en que las comparaciones no vienen al caso, pero intuyo que un cirro capitalista ha nublado el cielo ardiente de sus ideales proletarios. Porque un piso de 190 metros cuadrados, no lo disfruta en Cuba ni un ministro del Gobierno revolucionario y comunista, porque son bastantes más metros que los considerados convenientes por la Revolución para vivir dignamente. Nada hay de reproche a Valderas en este comentario. Hay compasión y comprensión. Comprendo su debilidad y compadezco la permanente, lacerante herida que le acompaña a todas horas. Quizá piensa en el vecino, despojado de su piso, y las lágrimas le brotan en los ojos a punto de cauce. Y termino. No puedo continuar. Me estoy emocionando.
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