Alfonso Ussía

Las gafas de Rajoy

La Razón
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Esas gafas en el suelo, con los cristales rotos, abatidas del rostro de Rajoy después de recibir éste el brutal puñetazo a traición del «menor de edad», representan –e insisto en ello–, la imagen de la memoria Histórica inmediata. La mujer de Rajoy, Viri, se lo ha dicho con toda claridad. «Mariano, ahora que tienes la oportunidad de hacerlo, cambia de modelo de gafas. Necesitas unas gafas más modernas». No estoy de acuerdo. Rajoy es un hombre con aspecto y rasgos tradicionales. Le sucede lo que este servidor de ustedes, que no tolera en su estética unas monturas modernas. Mis gafas, que me las gradúan y hacen en una formidable Óptica de Cabezón de la Sal, son bastante parecidas a las de don Benito Pérez Galdós y don Antonio Cánovas del Castillo. Y tengo que pasar este verano por ahí, porque el Presidente de mi periódico, Mauricio Casals, es cleptómano de lentes y me está dejando sin elementos. A rostro de estética tradicional, gafas tradicionales.

Mucha gente se hace gafas sin precisar de ellas. Las gafas son como los sombreros, que ayudan mucho a la elegancia cuando se quitan. Cuando se quitan con naturalidad y sosiego, no por los puñetazos de un forajido. El padre de Jose Luis de Vilallonga, el barón de Segur, gozaba de una visión perfecta y llevaba un monóculo, gracias al cual era invidente del ojo izquierdo, precisamente el del monóculo. El barón de Segur, y que me perdonen sus descendientes, era bastante tonto y creía que el monóculo le dotaba de una distinción especial.

En la TVE en blanco y negro, fue entrevistado Salvador Dalí, el genial catalán y español universal despreciado por la aldea de la barretina y la «estrellada». Aquel día, Dalí llevaba unas gafas multifocales confeccionadas por cristales de piedras preciosas y semipreciosas, con monturas de oro de 24 quilates. Se las hicieron en Nueva York, y estaba muy orgulloso de ellas. –Son las gafas más caras del mundo–, le reveló al entrevistador. –¿Y qué tal ve con ellas, don Salvador?–, le preguntó éste. –Fatal, no veo absolutamente nada, no veo tres en un burro, y usted es un provocador. Estas gafas son para llevar, no para ver–. Y se quedó tan ancho. Y tan pancho.

Rajoy está obligado a mantener la estética de sus gafas, que tampoco son tan antiguas. Todo menos las minigafitas o las de cristales redondos, que son gafas de sádicos, de médicos partidarios de dar malas noticias y de obsesionados por el sexo. El profesor Grünwaldberg llevaba las gafas sin cristales, porque veía divinamente. Pero advirtió durante una clase dedicada a Kant – a la que no asistió Pablo Iglesias–, que los alumnos respetaban más a los profesores con gafas que a los que regalaban su sabiduría sin ellas, y como era del todo natural, tomó cartas en el asunto. Se alborotaba la clase, se quitaba Grünwaldberg las gafas y se establecía un silencio absoluto y respetuoso.

Hay personas que sin gafas pierden toda su personalidad, del mismo modo que otras, con las gafas puestas, se antojan ridículas. Una mujer guapa mejora con las gafas, y si es fea, empeora estrepitosamente. Las gafas, en algunas gentes, son notariales. Dan fe de que existen. Sin gafas, desaparecen. Rajoy sin gafas no es Rajoy. ¿Se figuran al difunto Rey Balduino sin gafas? La guardia no le hubiera dejado acceder al Palacio Real de Bruselas.

Las gafas exigen en nombre de sus portadores. Y Rajoy está moralmente obligado a llevar el modelo de siempre. Se empieza por las gafas y se termina sustituyendo el digno traje de baño por un tanga. Discrepo de la señora de Rajoy.