Luis Alejandre
Las huellas del silencio
Si en el día de hoy, Jueves Santo, día de recogimiento, conmemoración y confraternización, día previo a otro de silencio y luto, encuestásemos a una mayoría de españoles sobre las alineaciones de los equipos de fútbol que anoche compitieron en Valencia por la Copa de S.M el Rey, creo que el resultado sería generoso. Muchos incluso detallarían los minutos en que se marcaron goles o el nombre del árbitro del encuentro.
Si por otra parte pidiésemos a los mismos encuestados los nombres de los médicos –veintitantos, como dos equipos de fútbol–que a primeros de mes trasplantaron dos brazos a un compatriota que hace dos años los perdió trabajando en un tendido eléctrico, el resultado sería decepcionante. Como mucho les sonaría a algunos que se hizo en La Paz y ya excepcionalmente otros pocos sabrían que los equipos estaban dirigidos por el doctor César Casado y coordinados por el doctor Luis Landín. La diferencia merece una reflexión. ¿A qué damos valor realmente en nuestra vida? ¿Es importante para nosotros que en España se haya batido un récord de trasplantes, 45 en un solo día? ¿O es más importante que un crack meta 45 goles en una temporada? ¿Se habrá detenido, me pregunto, algún profesor de secundaria en explicar a sus alumnos lo que puede significar recomponer bíceps y tríceps, nervios, arterias y venas de dos axilas quemadas, para reinsertar toda la musculatura y vasos que conllevan dos brazos? ¿Alguien se ha ocupado de poner los nombres de los médicos en alguna efemérides, o considera nuestra sociedad que con lo que cobran ya van servidos? ¿Podemos imaginar las horas dedicadas a la investigación, al estudio, a las referencias y experiencias de trasplantes anteriores?¿Cuánto tiempo han restado a sus relaciones familiares, a su derecho al ocio, incluso a sus aficiones –por ejemplo– al fútbol?
Silencio también sobre los familiares de los donantes, en este caso más comprensivo. Y el ejemplo no es único. Con orgullo podemos presumir de ser una comunidad que superando nuestro ancestral concepto de propiedad de los seres que nos dejan sabe generosa donar parte de ellos, para que sigan viviendo. ¡No hay gesto más bello y solidario! Pero no sabemos valorarlo. Encerrados en nuestras propias cavernas, somos incapaces de reconocer valores positivos de nuestra alma como pueblo. Y si lo reconocemos en un momento dado por cercanía o por otras circunstancias, somos incapaces de capitalizarlo como sociedad. Todo queremos verlo mal, porque hemos subvertido el orden de los valores. Hoy damos mas mérito a unos goles que a los trasplantes, así de claro.
No es nueva esta diferencia entre lo que percibimos respecto a nuestros semejantes. Terminaré esta reflexión hablando de dos hombres que nos han dejado recientemente, y que sí han sido reconocidos por su sociedad. El primero Jeremiah Denton, un joven piloto norteamericano derribado en la guerra de Vietnam, ocho años cautivo en la prisión de Hoa Lo, aislado, torturado, cercano a la locura y al suicidio. Libre en 1973, fue ascendido a contralmirante y elegido senador por Alabama. El pueblo norteamericano le ha despedido como un héroe. Su autobiografía «When Hell Was in Session», había sido llevada al cine por Paul Krasny. Obama dijo de él: «Su historia inspira a nuestros valientes hombres y mujeres que nos protegen» y «deja tras sí un legado de heroico servicio a su país».
Más joven, a sus 59 años víctima de un cáncer, menos conocido quizás, pero no menos importante, nos ha dejado Ron Pundak, uno de los discretos artífices de los Acuerdos de Paz firmados por israelíes y palestinos en Oslo en 1993. Miembro de los servicios de inteligencia del Ejército de Israel, su labor contribuyó a la creación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y al reconocimiento por parte de ésta del Estado de Israel. El presidente Simon Peres, que en el momento de la firma de los acuerdos era ministro de Asuntos Exteriores de Isaac Rabin, lo ha definido como «guerrero que luchó por la paz incansablemente; hombre de valores que inspiraba confianza y perseveraba a pesar de los obstáculos; hombre apasionado gracias al cual la paz arde como una llama eterna». No son pocos los méritos reconocidos a Pundak.
En pocas palabras, hemos recorrido desde un hospital universitario de Madrid, hasta las consecuencias de una guerra trágicamente desencadenada en el sudeste asiático que marcaron la vida de un joven piloto y los esfuerzos diplomáticos por llevar la paz –nombre del hospital– a nuestro Oriente Próximo. Cada sociedad reacciona de forma diferente, pero hay unas constantes comunes en lo que se refiere a valores: perseverancia, fe, espíritu de servicio, solidaridad.
Hoy, día de «confraternizar», de arrimar hombro con hombro para un común esfuerzo procesional, no es malo acordarnos de cuantos van dejando huella –aun silenciosa– entre nosotros.
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