Joaquín Marco

Las mentalidades colectivas

Cada uno de nosotros, de forma más o menos consciente, dispone de una estructura mental fruto de una cultura, un medio, unos tópicos asumidos. La suma de mentalidades individuales (más complejas que las ideologías) otorga carta de naturaleza a las colectivas. Los historiadores hace algunos años se interesaron por la evolución de aquellas que caracterizaban pueblos y naciones. Se manifiestan a menudo resistentes a cualquier cambio que pueda entenderse como peligro. No es, pues, de extrañar que Netanyahu haya vencido, contra los pronósticos que auguraban un cambio en Israel, utilizando los argumentos más conservadores: la inexistencia del estado palestino. Los israelitas tienen muy interiorizado –y tal vez no sin razón– el argumento de que constituyen la única democracia de la zona, asediada por enemigos como la mayoría de los países árabes e Irán. Pese a ello, parte de la población desearía posiciones más flexibles con los vecinos palestinos existentes. Pero las improntas de las mentalidades son tan profundas como duraderas y las formulaciones políticas no dejan de ser circunstanciales. El ejemplo de EE UU respecto al problema racial, que arrastra desde su guerra civil, es un claro ejemplo de la pervivencia de problemas que acaban siendo sustanciales a los países y que afloran una y otra vez. En la contienda decimonónica, que dividió al país, se acabó por ley con la esclavitud que había permitido enriquecerse a la población blanca del aluvión procedente principalmente de Europa. Se trataba no sólo de consolidar el Norte más industrial, sino dominar al rico Sur forjado sobre estructuras agrarias. Pero fueron negros quienes construyeron la Casa Blanca y el Capitolio. La abolición no hizo desaparecer las diferencias raciales, que perduran hasta hoy. Pasaron, sin embargo, por diversas etapas y circunstancias. Las luchas raciales atravesaron sin aparente éxito el liberalismo del presidente Roosevelt. La Ley de Seguridad Social de 1935 dejó incluso fuera del sistema a buena parte de la población de color.

El propio Obama, el primer presidente de color del país, se vio obligado a admitir, ante los recientes disturbios raciales de Fergurson, que el tema de la segregación no estaba resuelto. Bien es verdad que la minoría afroamericana no sufre ya los estigmas del apartheid. El sacrificio de Martin Luther King tampoco fue en vano y sus movilizaciones pacíficas se rememoran con manifestaciones multitudinarias en las que participa el estamento oficial e incluso el propio presidente. Pero los barrios en los que predominan los negros se devalúan y son abandonados por los blancos. Ya Lorca en su libro «Poeta en Nueva York» proclamaba su admiración por un Harlem que pasó años más tarde a convertirse en atracción turística. La primera vez que visité Nueva York mis amigos me recomendaron que no se me ocurriera visitarlo a solas. Existían entonces autobuses protegidos para cuantos blancos se atreviesen a poner los pies en él. Años más tarde, sin embargo, llegué sin proponérmelo hasta allí. Era, en efecto, el único blanco despistado de la zona y la gente parada en la calle o los transeúntes de color me miraban no sé si con curiosidad. Tomé el primer taxi que pasó, aunque tampoco era sencillo encontrarlo. Pese a la fama de Harlem y sus cavas de jazz, la ciudad estadounidense donde es más perceptible la segregación es Chicago. Allí podemos descubrir los suburbios negros en los que resulta evidente la política de segregación en la vivienda. Los negros no pudieron obtener créditos hipotecarios hasta 1968. Sus formas de financiación eran las de usureros que al primer impago de la deuda se apropiaban de la casa y del dinero. Todavía hoy el fracaso escolar, el paro y la marginalidad azotan a la población negra. La población de color reclusa supera en mucho a la blanca. El centro de las protestas en los pasados días se situó en Ferguson, en las proximidades de San Luis. Allí, en agosto fue tiroteado y muerto por la policía el joven Michael Brown, que iba desarmado. La absolución de los policías sirvió de acicate para las protestas. Los últimos acontecimientos combinaron un tiroteo, en el que fueron heridos dos agentes, con la detención de su autor.

Naturalmente, se trata de un joven negro de 20 años, ya con antecedentes por la venta de objetos robados, y residente en una población cercana. Se llama Jeffrey Williams y se encuentra ya en prisión y ante la posibilidad de que los disparos que realizó le lleven hasta la cadena perpetua. El fiscal admite, sin embargo, la posibilidad de que el joven no actuara deliberadamente contra los policías, sino que éstos fueran víctimas de un tiroteo del que nada quieren saber los organizadores de las protestas pacíficas. Sin embargo, aunque se admitiera dicho tiroteo el fiscal no levantaría los cargos. En Ferguson, el 70% de la población es de color y dos de cada tres adultos tiene antecedentes. El cuerpo policial está constituido por 53 agentes blancos y tres negros. En EE UU el 62% de la población negra ha crecido en un barrio pobre, pero tan sólo el 4% de la población blanca ha vivido una situación semejante. La Presidencia de Obama resulta la excepción de una situación que tiene sus orígenes en aquellos lejanos años de la esclavitud. Los estadounidenses blancos la viven sin tener una clara conciencia de ello. Los negros pueden acceder a la Universidad, pero les resulta más difícil encontrar empleo. Pueden acceder también, aunque no sin dificultades, incluso a los más altos mandos del Ejército. La violencia es el resultado de una ley fundamental que permite la libre tenencia y uso de armas, fruto de unas circunstancias históricas que forjaron una mentalidad. La estadounidense resulta admirable en multitud de aspectos. El país se encuentra a la cabeza de la investigación y mantiene, desde su privilegiada posición de primera potencia mundial, una política basada en las formas democráticas y en el respeto a los derechos humanos. Ello no impide, sin embargo, desde una óptica de práctica política, que se mantenga todavía la prisión de Guantánamo o que se muestre incapaz de resolver la situación endémica de la población negra en el seno de su sociedad. No es tan sólo una cuestión económica. Tampoco resulta una característica propia de los estadounidenses. Si nos observáramos a nosotros mismos podríamos descubrir también ciertos tópicos raciales y hasta nacionales que debilitan la convivencia colectiva. Hay quienes los calificarán de prejuicios. Cada uno tiene los suyos, pero la suma conforma mentalidades.