Íñigo Moreno de Artega

Libertad, igualdad y fraternidad

Si recordamos la historia y pido disculpas por este vicio mío, concluiremos que nuestra situación actual es, en buena parte, hija del pensamiento de la Revolución Francesa de 1789, que sintetizó su ideario en tres conceptos: libertad, igualdad y fraternidad, presentándolos como las novedades que habían de transformar el mundo. Si ése es el núcleo, conviene analizarlo para conocer los cimientos de su filosofía.

Lo primero que sorprende es que esas ideas no son tan nuevas, formaban ya parte del pensamiento de los hombres, se conocen desde los tiempos de Aristóteles, y si nos adentramos en su significado, descubriremos que Tomás de Aquino y toda la escolástica las habían desarrollado durante la Edad Media. Y es que desde el anuncio de la Buena Nueva, todos los pensamientos que deseaban ser novedosos han bebido en las fuentes de la doctrina cristiana, algo casi inevitable porque la Iglesia lleva dos mil años profundizando en las ideas y principios que preocupan a los hombres y en tantos siglos hay pocas cuestiones que no se hayan tratado y definido.

La libertad tal como la entiende el cristianismo es la facultad del hombre para escoger el bien, nace del amor porque es un don de Dios que deseaba ser amado conscientemente y no por imperativo de la naturaleza, como ocurre con los animales y las plantas. El amor obligado no es amor. La nueva Libertad, con mayúscula, no surge con ningún fin, lo es por sí misma y no tiene límites, puede incluso chocar con la de los otros hombres y, como toda abstracción, es utópica, porque la realidad se compone de libertades individuales.

La Igualdad, que según los cristianos tiene su fundamento en la Creación y la Redención, que han hecho a todos absolutamente idénticos en lo esencial, se presentó como la figura emblemática de la doctrina francesa, fue su bandera y ahora continúa siendo el mascarón de proa del pensamiento. Ha de ser total, no sólo en lo esencial, sino también en lo accidental, se borra hasta la diferencia sexual y se establece completa: toda desigualdad es discriminatoria.

La Fraternidad surge como oposición a la Caridad, es decir al amor, al motor para el que fue creado el hombre según la teoría clásica. De las tres ideas es la que menos calado ha tenido y la que se ha defendido con menor calor.

Los ideólogos de la Revolución Francesa se inspiraron en los tres conceptos básicos de la religión cristiana, reconociendo implícitamente la hondura de su doctrina; la novedad consistía en desvincularlos de la religión. Como se trataba de ideas firmemente aceptadas y reconocidas por la sociedad europea, se conservaron los vocablos para no inquietar las conciencias, pero desnudándolos de su espíritu para adecuarlos al nuevo hombre, racionalista, independiente de Dios. Mas las palabras definen conceptos y, en filosofías muy elaboradas, conceptos muy precisos, lo que obligó a una corrupción de los términos para que una misma palabra pudiera significar una cosa y su contraria. Había nacido el relativismo en el lenguaje que impulsaría su correspondencia en la doctrina.

Hoy la lengua, antaño expresión del pensar, ha dado un paso más y, no contenta con variar conceptos, bautiza con inesperados vocablos ideas ya conocidas, diluyendo su fuerza para hacerlas más digeribles: al sexo se le llama amor, cuando el instinto sexual, impreso en la humanidad para perpetuar la especie, se convirtió en sólo goce al descubrirse diferentes sistemas para rehuir la procreación.

La libertad, envuelta en un esdrújulo derecho a disponer del propio cuerpo, alcanzó para acabar con los más desvalidos llamando al «aborto», palabra áspera, «interrupción del embarazo», nueva voz para repetir la historia de los Inocentes que tanto renombre dio a Herodes I. «Laico», una palabra que designa a los fieles que no son clérigos, pasó a denominar a quienes propugnan que la religión no influya en los asuntos de la sociedad, y como los laicos constituyen la mayoría de los cristianos, de forma subrepticia se redujo la religión a sólo los consagrados. Matrimonio, que etimológicamente viene de mater, madre, se ha mutado para acoger a quienes no pueden concebir y designa la unión de personas del mismo sexo.

La política mantiene su significado de gobierno de la polis entendida como la sociedad, pero sin las exigencias que acompañaban a tan alto destino, y siempre que la designación de la autoridad venga establecida por sufragio se considera legitimada, aunque no pueda presumir de Estado de Derecho ni de respetar la división de poderes, y así los más pintorescos regímenes sustentados en elecciones dirigidas o partitocracias instaladas por acumulación de poderes se sancionan por los organismos que debieran vigilarlos y se aceptan con mansedumbre por el común de los ciudadanos. En el mundo relativista, la lengua no es expresión del pensamiento.