José Luis Alvite
Literatura con gases
Escribo mi columna con un fuerte dolor de estómago, en un estado en el que lo normal sería pegar un grito y blasfemar. En la literatura romántica se elogia la enfermedad como aliciente de la escritura, igual que se agradece el abatimiento emocional, el reiterativo fracaso vital, la ruina económica y la marginación social. Yo ahora acabo de darme cuenta de que soportaría muy mal la quebradiza salud física de los románticos, aunque reconozco que las otras contrariedades emocionales son muy interesantes porque permiten la sinceridad expresiva que se consigue con la rabia, o, mejor aún, con el rencor. Con este jodido dolor me cuesta creer que los cólicos que te llevan a la gloria sean los mismos que puede conducirte al hospital. ¿Será tal vez que tengo muy bajo el umbral del dolor? ¿Falta de fogosidad literaria? No lo sé. El dolor lo llevo muy mal y reconozco haberme angustiado y temer por mi vida sólo porque no me daba cuenta de que mi torpe respiración mejoraría si aflojase el nudo de la corbata. Pienso que podría hacer un esfuerzo de introspección y sobreponerme a la reiteración de este maldito cólico, pero como aún tengo cierto sentido de la realidad, creo que para reponerme y escribir, más interesante que reflexionar sería sin duda expulsar los gases. Ahora pienso en aquellos sacrificados escritores románticos y pienso que hemos desarrollado una cierta indefensión frente a cualquier dolor. A veces nos acosa un cólico terrible, es cierto, pero también podría ocurrir que lo que produce el abatimiento de los nuevos románticos no sea la mordedura tenaz de una patología, o la angustia imponderable un demoledor fracaso sentimental, sino un exceso de repollo. Yo no podría decir si la triste actitud literaria de Rosalía de Castro era aflicción emocional o que comía como sus conejos. A veces lo que causa romanticismo es lo mismo que produce gases.
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