José María Marco
Lo mal que estamos
Evidentemente, nadie se atreverá a decir que las cosas van bien. El paro sigue en cifras preocupantes, la recuperación es lenta, la economía de muchos de los países de la UE vuelve a frenarse, los populismos han encandilado a una parte importante del electorado europeo y los independentistas catalanes están dispuestos a llevar el desafío hasta el final. Todo esto, sin duda alguna, resulta inquietante, incluso pavoroso para los más timoratos o para los amantes de los adjetivos sonoros.
Y sin embargo... Que la economía de algunas de las grandes economías de la Unión vaya relativamente mal no quiere decir que la española esté en las mismas condiciones. Es probable que se vea frenada en parte, pero las reformas acometidas, en particular en el mercado de trabajo, los ahorros en el gasto estatal –y las medidas fiscales anunciadas– permiten hablar de una economía relativamente saneada, más flexible, capaz de avanzar y crear riqueza, y empleo, en condiciones que hace poco tiempo ni siquiera éramos capaces de soñar.
También es cierto que el desafío independentista nos va a hacer pasar unos cuantos meses de ruido y alto voltaje. Ahora bien, entre el escándalo Pujol-Ferrusola y el avance electoral de la izquierda republicana y sus socios, entre los que no se descarta Podemos y colegas, el nacionalismo catalán está sufriendo un descrédito inconcebible hace poco tiempo, cuando representaba la libertad y la modernidad frente al decrépito autoritarismo propio de todo lo español. Para los aficionados a los paralelismos históricos, siempre peligrosos, lo más parecido es 1934, con el catalanismo conservador jugando el papel de Companys.
En cuanto al populismo, hemos de derramar unas cuantas lágrimas bien sentidas sobre la suerte de nuestra izquierda, incapaz de madurar políticamente, atascada en fantasías ideológicas prefranquistas y radicalizada hasta el punto de considerar a Venezuela y Argentina modelos de desarrollo democrático y económico. También hay que reconocer que, sea quien sea el responsable de un hecho tan lamentable, la irrupción del populismo izquierdista va a impedir que el PSOE gobierne durante unos cuantos años, bastantes según todos los indicios. Una pena. En otras palabras, para quien guste del estilo ajeno a la retórica, a la demagogia y al populismo que es el propio del Gobierno de Rajoy, y para quien piense que lo mejor que le puede pasar a nuestro país es una etapa larga –a ser posible dos o tres legislaturas– de políticas como estas, la situación actual, sin ser la ideal, no es tampoco la peor de todas. Ni mucho menos.
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