Medios de Comunicación
Lo que el viento se llevó
Esto se está acabando. Siempre hará falta gente con curiosidad, una pizca de sensibilidad, empuje y talento narrativo que vaya a los sitios, contemple de cerca los desastres que perpetran otros seres humanos y lo cuente, pero el periodismo tal como lo vivió mi generación y aparece en las películas agoniza. Lo digo con dolor, porque echando la vista atrás no puedo imaginar una vida más divertida, palpitante y hasta rejuvenecedora que la que yo he disfrutado durante tres décadas, pero huele fatal. Hasta el pasado 8 de noviembre había quien se aferraba a la ilusión de que atravesábamos una crisis y que volverían los buenos tiempos, pero el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de EE UU elimina toda esperanza. Hasta hace escasamente 10 años, los periodistas éramos imprescindibles para que funcionase la democracia. Teníamos acceso privilegiado a las fuentes de información, servíamos de imprescindible contrapeso al poder y controlábamos la distribución de noticias. Ya no. Para empezar, vivimos en un planeta inundado de información, en el que las fuentes han descubierto que pueden llegar directamente al público sin necesidad de utilizar como intermediario al periodista. Con la ayuda de una tecnología, cada día más barata y sencilla de manejar, cualquiera, con dos dedos de frente y un mínimo sentido gramatical, puede recabar información, jerarquizarla y transmitirla de forma efectiva a grandes masas de público, sin necesidad de tener detrás una empresa periodística. A eso se suma que la gente lee cada día de forma más superficial, soporta peor textos que superen en extensión el tiempo que un ciudadano sano pasa sentado en el cuarto de baño, se nutre esencialmente de titulares o de mensajes de 140 caracteres y tiene delante una oferta tan variada y enorme, que no va a pagar por lo que puede obtener gratis y moviendo un dedo. El periodista no decide ya lo que es publicable y lo que no. Lo mismo pasa con las empresas, cuyo papel como guardabarreras de la información se ha erosionado tanto, que apenas se nota. Ahora, un listo con un ordenador y conexión de fibra óptica a internet, puede poner patas arriba a un presidente, como le hizo el impulsor del Drudge Report a Bill Clinton a cuenta de la becaria Lewinsky y un pelirrojo osado y bravucón con cuenta de Twitter puede saltarse a la torera los editoriales del «New York Times», el informativo de las 7 de la CBS y hasta la portada del «Washington Post» como ha hecho Trump. Para echarse a llorar.
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