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Lo que va de Syriza a Podemos

La Razón
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Todo populismo presenta cuatro rasgos fundamentales: la demagogia, el maniqueísmo, el estatismo y el caudillismo. La demagogia consiste en prometerle al pueblo justo aquello que éste desea escuchar, con independencia de si tales compromisos poseen o no verosimilitud alguna. El maniqueísmo pasa por separar la sociedad entre buenos y malos, responsabilizando a los «malos» de que las promesas demagógicas no sean inmediatamente realizables. El estatismo presupone que el Estado es una maquinaria omnipotente capaz de garantizar la realización de toda promesa demagógica con la única condición de perseguir y castigar a «los malos». Y el caudillismo argumenta que ese Estado omnipotente debe ser dirigido por un mesías infalible e incorruptible que le dé un buen uso a la omnipotencia estatal.

Donald Trump es un caso claro de populismo: promete construir un muro entre México y EE UU por cuanto considera que, de esa manera, restringirá la mala inmigración y esto dejará de presionar a la baja los salarios de parte de los ciudadanos estadounidenses. Syriza también era un caso claro de populismo: prometía poner fin a los recortes del gasto público heleno logrando financiación ilimitada del Banco Central Europeo, que a su entender se hallaba artificialmente restringida por el capricho irracional de un malvado Gobierno alemán que podría ser doblegado merced a las habilidades sobrehumanas de Alexis Tsipras y Yanis Varufakis.

Pero Syriza se topó pronto con la cruda realidad: Grecia no poseía ninguna alternativa real a los recortes del gasto público, pues su Gobierno estaba sobreendeudado y no existe modo alguno de que un Estado insolvente continúe emitiendo más deuda. El mesianismo de Tsipras y Varufakis les salió muy caro: su suicida estrategia provocó la quiebra del sistema financiero griego, el hundimiento de la actividad económica del país y un empeoramiento de la situación financiera real del Estado.

Podemos constituye otro caso claro de populismo: al igual que sus pares griegos, prometen revertir todos los ajustes del gasto público experimentados durante los últimos seis años por la vía de atacar y parasitar a esos enemigos de clase representados por «los más ricos». Si el Estado quiere, puede: basta con que coloque en el Gobierno a una persona íntegra y defensora de los intereses de «la gente» y que suba los impuestos a «los ricos». Pero, al igual que sus colegas helenos, Podemos es incapaz de cumplir sus promesas: incrementar la tributación sobre las rentas más altas no proporcionaría una recaudación ni lejanamente suficiente como para costear el comprometido aumento del gasto de 135.000 millones de euros anuales.

En realidad, Podemos sólo posee dos opciones: o renunciar a sus promesas demagógicas de multiplicar el gasto público o disparar la tributación que castiga a las rentas medias y bajas. Syriza también se comprometió a concentrar las subidas de impuestos a las clases acaudaladas pero, a la hora de la verdad, ha optado por incrementar el IVA y todos los tramos del IRPF, incluidos los de las rentas bajas. Más allá de la retórica tramposa del populismo, las únicas bases impositivas lo bastante amplias como para insuflar abundantes ingresos a las arcas del Estado son las constituidas por las rentas y el consumo de los estratos más humildes de nuestra sociedad (de hecho, la presión fiscal es más baja en España que en Europa porque también lo son nuestro IVA y nuestro IRPF sobre las rentas menores).

Si Podemos llegara al poder, se toparía rápidamente con el muro de la realidad, tal como le sucedió a Syriza. El problema es que, al estrellarse de manera irresponsable e inconsciente, nos arrastraría a todos los demás hacia la miseria. El populismo no sólo miente, también empobrece.

Reestructurar la deuda

Una reivindicación común de Syriza y de Podemos es la necesidad de reestructurar la deuda pública del Estado. Syriza llegó al poder reivindicando quitas en las muy voluminosas obligaciones estatales griegas. Podemos, si bien ha ido modificando su mensaje según por dónde soplaran los vientos electorales, ha exigido una auditoría de la deuda pública española y una negociación con Bruselas para volverla más viable. Ambas promesas electorales se enfrentan, sin embargo, a un problema fundamental: las reestructuraciones de deuda pública aumentan la desconfianza de los inversores hacia el Estado, dificultando su capacidad futura para volver a endeudarse. Es por ello que, en realidad, toda reestructuración de deuda requiere de la connivencia del resto de países de la UE: deberían ser ellos quienes nos prestaran una vez dejaran de hacerlo los inversores estafados. Y esos países de la UE simplemente se oponen a quitarles el dinero a sus contribuyentes para rescatar a gobiernos manirrotos que, a las primeras de cambio, incumplen sus compromisos. Por eso, ni Syriza ha podido reestructurar su deuda, ni Podemos podría hacerlo.

Aumentar las pensiones

Tanto Aleix Tsipras como Pablo Iglesias han repetido durante sus campañas electorales que, una vez alcanzado el poder, incrementarán las pensiones de jubilados y dependientes. Pero ambas promesas eran pura demagogia populista: la estructura demográfica de España y de Grecia hace imposible a medio plazo incrementar las pensiones públicas. Al contrario, será imprescindible reducirlas por mucho que Syriza y Podemos se empeñen en negarlo. De hecho, la propia Syriza ha tenido que claudicar en sus mentiras aprobando hace un par de semanas uno de los mayores recortazos en las pensiones de los ciudadanos griegos. En España, la situación no sería diferente: de momento, la Seguridad Social arrastra con un déficit de 13.000 millones de euros, el cual no hará sino que aumentar durante los próximos lustros. En el año 2050, el INE estima que habrá un trabajador por pensionista, teniendo consecuentemente que rebajar las condiciones de jubilación actuales. Incrementar hoy las pensiones sólo ahondaría en el imprescindible recorte futuro de las mismas, dejando por el camino un reguero de deuda, frustración y engaño.

Naciones estratégicas

Una promesa bastante frecuente entre las formaciones tradicionales de izquierda era la de nacionalizar sectores estratégicos de la economía. Sin embargo, esta propuesta se ha ido cayendo de casi todos los programas socialdemócratas europeos tras los desastrosos resultados que experimentó Francia después de que Mitterrand la pusiera en práctica: hundimiento de la inversión, salida de capitales y parálisis económica. Syriza y Podemos, de manera un tanto inconsciente y suicida, han mantenido este compromiso, como si una estatalización en el mundo mucho más globalizado de hoy fuera a generar mejores resultados que en el de ayer. Sin embargo, de nuevo nos encontramos con demagogia electoral: si Podemos utilizara el BOE para expropiar determinadas industrias, la salida de capitales de España sería de tal magnitud y dureza que su gobierno se vería abocado a caer. Dentro del marco de la UE (sin posibilidad de imponer controles de capitales), las nacionalizaciones de antaño ya no son viables. Por eso Syriza, en lugar de nacionalizar, está privatizando masivamente.