Crítica de cine
Los árboles no dejan ver el bosque
Es, en parte, lo que ha ocurrido en el cambio del concepto de la Historia respecto a la comprensión de su contenido: pasar de la narración erudita, en la que primaba el interés por lo individual, el «hecho», la «res gestae», los rasgos de lo singular; en suma, la índole biográfica de la temporalidad histórica y los conjuntos, de modo que el acontecer, debidamente criticado, se reconstruya para exponerlo al público interesado. Este camino, hoy, ha conducido a la importante distinción de dos campos que, aunque conexos entre sí, se originan en una misma fuente: la existencia humana en el tiempo. Pero cada una de ellas responde a una distinta línea de fuerza, de intención en la realidad existencial del hombre: la tendencia a «realizar» –razón por lo cual se ha podido afirmar que la Historia está constituida por una serie infinita de procesos de acción– y la tendencia a saber, a «conocer», porque el agente de la historia, el hombre, se encuentra en una constante actividad creadora, de búsqueda de significados, donde su misma «intimidad» al estar haciendo frente a una situación, crea. Es la vida del hombre de estar tomando posiciones, promovido por una inevitable serie de posibilidades, desde la experiencia inmediata hasta los más refinados y complejos productos del pensamiento, de la creación estética y una configuración acumulada que sólo la Historia –es decir, la investigación histórica– puede configurar en su específica línea de comprensión para tratar de acceder a la configuración de la realidad temporal de los seres humanos.
Esta realidad insoslayable obliga a los historiadores a atenerse a la condición analítica más propia de la Historia, en la que lo comunitario, los saberes que aportan los rasgos propios del conocimiento analítico: las ideas literarias y filosóficas, el pensamiento social y económico, la ciencia del Universo, la Física teórica, las grandes aportaciones de los Institutos de Investigaciones del espacio, las avanzadas tecnologías microeléctricas y, en fin, las últimas novedades del análisis celular y atómico, confluyen en «conceptos» elaborados por el pensamiento humano, válido, ante todo, para los grupos humanos que constituyen el sujeto de lo que se denomina «Historia integral». Los saberes –la Gnoseología– proporcionan el conocimiento especializado: la Historia es el «ser» que, como expresó en «Ser y Tiempo» (1927) Martin Heidegger, hay que comprenderlo en el «tiempo», es decir, la Historia de la historia, el campo de investigación que permite tomar conciencia plena de la realidad.
Ya la sabiduría griega diferenció dos modos distintos: la «doxa», que es opinión, y la «episteme», que supone el conocimiento más profundo y pormenorizado de la realidad, sólo posible por la investigación. Debe tenerse bien presente que en Grecia la Historia apareció simultáneamente con las Matemáticas, la Filosofía y la Medicina experimental.
Lo que resulta inaceptable es que en aquellas dos líneas de fuerza que señalamos más arriba sean actitudes distintas en el historiador; en efecto, puede ser «positivista» o «analista». El hombre, como ha sido reiteradamente expuesto por ilustres pensadores, tiene que crearse su verdadera naturaleza que es la cultura. En ella, precisamente, radica la existencia de un campo común que es, justamente, la historia. Pero ella debe comprenderse en un doble plano: el de la «situación»: el modo como el hombre está instalado en el tiempo en relación con su experiencia, haciendo frente a una situación en el triple plano vital, social e ideal, que es el campo de la historia-realidad.
El otro plano se refiere a la investigación de esa realidad y configura las técnicas necesarias para estar en disposición de comprender los problemas de la existencia histórica misma, que es el campo operativo de la ciencia histórica, al que se llega por una triple vía de análisis investigador: información al máximo de erudición, reflexión analítica y capacidad de síntesis que permita la comprensión plena de la realidad. Son dos campos, pues, efectivamente, pero no de ninguna manera campos limitados, sino fronterizos y entendiendo como hoy se comprende que las fronteras no implican separación, sino que suponen comunicación. La investigación, en efecto, se trata de un proyecto permanente de enriquecimiento de lo que se ha conseguido: un proyecto constante de revitalizar y comprender el hombre en tiempos y situaciones, a partir de niveles mentales, ideas, sentimientos en una profunda interacción entre un proyecto individual y un esfuerzo comunitario e histórico de modificación permanente del mundo circundante.
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