Alfonso Ussía

Los Arturos

Me parece de perlas que a Maruja Torres le asomen granos cuando escribe de liberales y conservadores. Es libre. Redacta ahora para un medio digital. Fue valiente, defendió a los trabajadores del diario «El País» y padeció el quebranto de la expulsión. Pero no se libra de fantasmas personales, que acosan su equilibrio emocional. Para la señora o señorita Torres, esa España rancia, antigua, egoísta y burda de las derechas la representan los «Arturo Fernández». Creo que se comporta con acusada falta de educación. Conozco y soy amigo de dos tipos formidables que se llaman Arturo y honran el apellido Fernández. Uno de ellos tuvo algún problema laboral en su empresa. Y lo tuvo porque siempre surgen contingencias desagradables cuando se crean más de dos mil puestos de trabajo. Ese detalle es probable que se le haya escapado a la señora o señorita Torres cuando ha manifestado su distante desprecio a este Arturo Fernández. Podría haber pasado por la vida sin dar golpe. Sería uno más en el mundillo de la indolencia rentista. Pero eligió el trabajo y el riesgo, y más de dos mil familias dependen de sus gestiones y vaivenes empresariales. Para la izquierda radical española, el empresario es una figura malvada y detestable. Esa España vaga y pícara que disfruta del bienestar a costa del malestar de los que trabajan se lo debe todo a los empresarios que arriesgan su fortuna en la creación de puestos de trabajo y el mantenimiento del tejido social de las clases medias. Negarlo es obcecación elemental y demagogia barata.

Y el otro Arturo Fernández es un personaje genial, inexplicable para las izquierdas cejeras. Es actor, y director y empresario teatral. Lleva sesenta años llenando los teatros de público que voluntariamente paga en la taquilla el precio de la localidad. Sesenta años en los que no ha pedido jamás una subvención. Arturo Fernández es un triunfador del arte escénico, y el mucho dinero que ha ganado se lo debe a su trabajo, no a los impuestos de los contribuyentes. Su madre lavaba frascos de cristal para sobrevivir, y Arturo habla de su humildísimo origen con un orgullo admirable. Lo que tiene le ha venido del trabajo, del talento, de la inteligencia y la constancia. Hoy, con más de ochenta años, soporta en pie dos horas en el escenario, y una vez cada semana, se apechuga dos sesiones. Hace pocos días nos reunimos a cenar en un abarrotado restaurante de moda. Tuvo que soportar con formidable educación y elegancia el acoso de sus admiradores y posar para más de un centenar de fotografías. Arturo Fernández es un tipo genial, divertido, ingenioso, rápido y generoso. Todo eso lo transmite con naturalidad, y esa naturalidad, esa falta de sobreactuación, es la que admiran sus millones de admiradores. Arturo Fernández podría haber elegido el camino fácil. El de la subvención y el trinque. Y tomó la senda del trabajo y el talento. El hijo de una humilde frasquera tiene todo el derecho del mundo a ser de derechas y defender la conservación del patrimonio que ha creado gracias a su esfuerzo y su talento. Otros, muchos, muchísimos actores, algunos de ellos amigos de la señora o señorita Torres, no pueden presumir de lo mismo.

Creo que esa España que tanto duele a Maruja Torres, la de los «Arturo Fernández», es una España admirable. Crea trabajo y hace pan. En una sociedad de pícaros que viven del esfuerzo ajeno, merecen algo más que el desafecto. Y lo escribo sin aspereza. Faltaría más.