José Antonio Álvarez Gundín
Los dioses parecen dormir
Podríamos decir de España lo que el Papa Ratzinger ha dicho de la Iglesia en la hora de su despedida, y afirmar que corren días de aguas turbulentas en que el Señor parece dormir. Nos rodea un griterío iracundo, los ánimos se inflaman al menor roce, la crispación goza de cierto prestigio social y se practica con un punto masoquista el regodeo en la demolición. No hay conversación o tertulia que prospere si no está trufada por media docena de maldiciones, tres amenazas de apocalipsis y un par de suicidios colectivos. La capacidad de los españoles para autodenigrarse como comunidad fue siempre muy elevada, pero ahora alcanza proporciones de gran interés para la Psiquiatría. En un concurso de marketing inverso, nadie hay como los españoles para acuñar eslóganes destructivos, tales como «Esto es una mierda», «Lo mejor es salir corriendo» o «Hay que meterlos a todos en la cárcel»...
Eso precisamente, lo de meter en la cárcel a todo el mundo, es la afición al alza, la que más se comparte y disfruta. Enchironar a todo lo que se menea, a los del PP y a los del PSOE, a los de alta cuna y baja cama, a los rubios y a los morenos, a los banqueros, a los jueces, a los diputados, a los catalanes y a los madrileños... Estamos poseídos por un espíritu justiciero, mitad ejecución sumaria mitad linchamiento, que exige sin dilación castigos ejemplares y escarmientos públicos. A nada que la crisis nos rascó la epidermis, ha asomado el inquisidor implacable, el vengador furioso que busca una cabeza de turco sobre la que descargar el resentimiento y la frustración. Los propios jueces se sienten acogotados por el veredicto social ya dictado y algunos hay que hasta jalean el populismo del palo y tentetieso. Qué lejos queda aquella sociedad ilusionada y positiva que en los años de la Transición obró el milagro de la concordia para admiración del mundo. Hoy somos más agrios e intolerantes, nos falta ecuanimidad en el juicio, sosiego en el debate y respeto al adversario. Es como si los escándalos de corrupción que se encadenan en las primeras páginas de los periódicos nos contagiaran cada mañana con sus villanías y envilecimientos, al tiempo que las televisiones predican la ética del chismoso con ínfulas políticas. Las aguas bajan turbulentas y son el mejor reclamo para que un Grillo cualquiera o cualquier grillado eche la caña, mientras los dioses tutelares de la convivencia parecen dormir. Pero aún estamos a tiempo de recuperar la mesura, de restablecer la confianza en las instituciones y de volver a la fe en el proyecto colectivo. Bastará con dejarnos guiar por el el sentido común.
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