César Vidal
Los dos poderes de Podemos
Decir que la formación Podemos ha provocado ríos de tinta en los últimos meses es una obviedad. Cantar diferente es analizar las razones de su éxito con lucidez. Entre ellas no se encuentra, desde luego, la originalidad ya que incluso su nombre es una copia servil del lema utilizado por Obama en su primera carrera hacia la Casa Blanca, pero esa virtud no ha sido nunca de las más apreciadas en España. Podemos cuenta, fundamentalmente, con dos poderes susceptibles de conducirlo hasta los aledaños de La Moncloa en un nuevo Frente popular. El primero puede resumirse en la conocida fórmula de «Quítate tú que me pongo yo». Todos los llamamientos para desalojar a la casta –casta a la que pertenece la cúpula de la formación– para lograr que los «jóvenes» sustituyan a los «viejos», para imponer la voluntad del «pueblo», no son sino una convocatoria nada sutil encaminada a que los que ahora tienen la sartén por el mango la dejen en manos de los dirigentes de Podemos con los huevos, el tocino y el aceite incluidos. En una nación donde la envidia es un deporte más practicado y quizá incluso más seguido que el fútbol, el resorte psicológico accionado por Podemos no resulta baladí. Si en la universidad sus jefes máximos ya contemplan desde arriba a los catedráticos que antes los despreciaban con una mirada que dice: «Os vais a enterar por no tenernos en cuenta»; en la calle, sus seguidores pueden hasta cantar el «Mañana nos pertenece». Su poder no reside ni en que tengan soluciones –que no las tienen– ni en que representen el progreso –son rancios hasta la médula– ni en nada verdaderamente positivo y práctico. Deriva, en realidad, de alentar las ambiciones de sustitución de las generaciones precedentes por gente que ocupe sus puestos. Se trataría de una tabula rasa mucho más despiadada que la que tuvo lugar durante la Transición. El segundo poder de Podemos es no por oculto menos importante. De hecho, es el auténticamente decisivo. Oswald Spengler lo definió a la perfección al señalar que «no existe movimiento proletario ni comunista que no haya actuado en interés del dinero y permitido por el dinero y todo sin que sus dirigentes idealistas tuvieran la menor sospecha del hecho». Los infatuados mandamases de Podemos –que sueñan con la censura y el control de medios– quizá no lo sepan, pero su segundo poder deriva de que son sólo marionetas en un juego que ni siquiera aciertan a imaginar.
✕
Accede a tu cuenta para comentar