César Lumbreras

Los Marx belgas

La Razón
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Bélgica es un país peculiar y los belgas también. En una ocasión acudí a una tienda y compré una chaqueta. Pocos días después perdí unos botones, por lo que volví al comercio y pregunté si tenían otros; la contestación que me dieron no fue que no había, sino que no existían tales botones. Por más que enseñé los que quedaban, no hubo manera de sacar al dependiente de su «n’existe pas». En otra ocasión fui a una peluquería para cortarme el pelo. Estaba vacía y los cuatros profesionales de la tijera se encontraban mano sobre mano. Me preguntaron si tenía cita, a lo que dije que no. La respuesta no dejó lugar a dudas: «Monsieur, je suis desolé», pero sin cita no es posible. Argumenté que no había nadie, ni en los sillones, ni esperando. No hubo manera. Aguardé un cuarto de hora en la puerta para ver si llegaban clientes; en esos quince minutos no aparecieron y ellos siguieron a lo suyo. Me marché con mi desolación a otra parte. Y es que, cuando un belga comienza una frase con un «je suis desolé», ya puedes darte por fastidiado. Podría contar algunas anécdotas más que me han sucedido a lo largo de más de tres décadas de visitas y estancias en este país, pero no creo que aportasen más a las dos citadas anteriormente. Por ese motivo no me han extrañado algunas de las cosas que hemos conocido a raíz de los atentados de la Semana Santa. Por ejemplo, la existencia de esa norma que impedía efectuar detenciones por la noche, como si los «malos» también descansasen. Ahora el Gobierno ha propuesto su modificación. Aquí, algunos ponían como ejemplo que Bélgica había estado un año largo sin Ejecutivo y no había pasado nada. O, quizás, sí, porque, de haber existido, se podía haber cambiado la norma antes. En cualquier caso, no creo que estar sin gobierno sea lo deseable, incluso en un país que en ciertos aspectos se parece al camarote de los Hermanos Marx.