Ángela Vallvey
Los nuestros
Estas son fechas, incluso para los descreídos, poco propicias al rencor. Sin embargo, la espinosa situación política está favoreciendo los enconos. Muchos, en esta Navidad, más que en pensamientos de paz y amor, tienen ocupada la cabeza con rivalidades insalvables. La verdadera maldición de los enemigos es encontrarse casi siempre demasiado juntos. Y, en España, la tendencia suele ser considerar al adversario un enemigo, diferencia nominalista que marca la forma de hacer política.
Los últimos resultados electorales deberían ser analizados también como respuesta a la legislatura que ha concluido. A toda acción le corresponde siempre una reacción. Sobre todo en política. Y la aversión al enemigo/contrincante puede ser una pulsión mucho más poderosa que la confianza o la ilusión. Se vota a la contra, bajo el envite escocido de la pus de una herida, más que por el consuelo de una promesa. España ha sido históricamente propensa a hablar «de los nuestros, los míos o los otros». Personas –especialmente a partir de una cierta edad– que jamás en su vida han visto de cerca a su político votado, diputado o alguno de los ingenieros sociales que desde el poder deciden sobre sus vidas y sus patrimonios, tienen una idea partidaria, patrimonialista, de la política y el Gobierno. Luego hay otra España, más joven, que se bate a la contra, por reacción, como oposición y resistencia, que decide su voto como fuerza correctiva. La primera España, fiel a quienes considera «los suyos», tiende a desaparecer por una simple cuestión biológica, mientras la segunda se irá afianzando, con lo que el panorama político, previsiblemente, puede hacerse más complejo cada día.
Cuando el temible rey Jerjes de Persia invadió la península helénica y ocupó Macedonia, el consejo federal griego decidió que había que defender el enclave estratégico del paso de las Termópilas, de modo que enviaron para allá a Leónidas junto a trescientos de sus hombres. Todos estaban convencidos de que se encaminaban hacia una muerte segura, dada la tremenda superioridad numérica de las tropas persas. Sabían que iban a ser masacrados, e incluso celebraron antes de partir sus propios funerales. Eso no les impidió dirigirse con paso seguro a su terrible destino. Un soldado que había ido a explorar el avance de las legiones de Jerjes volvió al campamento y le dijo espantado a Leónidas: «¡Los enemigos están ya cerca de nosotros!», a lo que Leónidas respondió: «Y nosotros cerca de ellos»... Pues eso.