Campaña electoral
Los que deben votar
Viendo la manifestación de ayer en Barcelona, muchos se han preguntado dónde estaba toda esa gente cuando había que votar. Es fácil echar la culpa de lo que ha pasado a la gente que tradicionalmente no vota en las elecciones autonómicas, pero en absoluto han sido los únicos culpables de lo ocurrido. Ni mucho menos.
Para empezar, la mayor culpa la han tenido los gobiernos de España que decidieron que la mejor política nacional –para tener mayorías absolutas en el Congreso de los Diputados– era pactar con los nacionalistas. A cambio de aquellos apoyos, estos fueron consiguiendo todo lo que quisieron, casi siempre en detrimento de la presencia del Estado en la comunidad autónoma. Por supuesto, tuvieron culpa los políticos, y no sólo los que últimamente se apuntaron a la independencia, sino todos aquellos que dejaron que en sus partidos se instalara una falsa comprensión hacia unas posturas inaceptables que han desembocado en lo que hemos visto.
Tuvieron la culpa muchos empresarios y sindicatos de trabajadores, por consentir y aceptar medidas e imposiciones impropias de una sociedad democrática. Por supuesto, tuvimos la culpa los informadores, por no denunciar lo que era un clamor: la conversión de algunos medios de comunicación, no ya en trincheras ideológicas, sino en auténticos arietes de la ilegalidad. Y hay otros muchos culpables; estamentos y asociaciones que con su silencio culpable dieron marchamo de credibilidad a una ideología, el nacionalismo, sobre la que hasta el Papa Francisco ha tenido que clamar desde el Vaticano.
Ya sé que unos tienen más culpa que otros, pero todo esto me venía a la cabeza cuando leí una pancarta en la manifestación de ayer que decía: «Ahora sí que votaremos de verdad». Pues sí, habrá que votar de verdad. Y pronto. Hubo un momento en el País Vasco que la gente se hartó y se echó a la calle. Creo que algo parecido ha empezado a ocurrir en Cataluña. He dicho varias veces que esta crisis iba a ser una oportunidad para cambiar muchas cosas que no funcionaban en nuestra joven democracia. Ahora estoy seguro de que nuestros políticos tienen que espabilar. Los que incumplen la ley seguirán intentando –así lo han dicho ya–imponer sus ideas a la mayoría, algo muy propio del nacionalismo, pero está en la mano de los que dicen servir a los ciudadanos empezar a hablar claro y cambiar las cosas. Cuanto antes.
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