Francisco Nieva
Los rarísimos y la modernidad
Todo lector avezado y de «cierta edad» sabe que Rubén Darío escribió un brillante ensayo que causó sensación: «Los raros». Algunos de su tiempo, ya no lo son, y de otros, nadie se acuerda. ¿Quién hay ahora que no reconozca la grandeza de Verlaine y quién se acuerda o sabe quiénes fueron Léon Bloy, Jean Rochepin o Jean Moreas? Ahora nadie se atreve a señalar cuáles y cuántos son los «raros» de nuestro tiempo, porque son multitud, pues si no te manifiestas como raro y rompedor, nadie te hace caso. Y cuanto más se popularizan, más pronto se pasan.
Como consejero literario, con las mejores intenciones, tampoco yo me atrevería. Pero sí me atrevo a señalar cuáles son para mí «los rarísimos» que no se pueden olvidar, que permanecerán rarísimos por siempre, modelos de rareza que no se pueden superar. Son tres, y los tres son de lengua inglesa. Dos de ellos muy conocidos, el otro menos. Pero, lo mismo si leemos a éste o releemos a los otros, volveremos a sentirnos inmersos en «el paraíso de lo raro» que hace reflexionar, reír y soñar. Los tres son inventores y propagadores del surrealismo más acendrado. Los rarísimos modernísimos a la vez. El menos conocido, William Beckford. Quien se interese por la vida y obra de este autor se puede asombrar. No tengo espacio para relatarlo, pero si los otros dos son surrealistas en su obra, Beckford lo es en su vida privada. Sublime y extravagante gran señor es el autor de «Vathek».
Los otros dos son gente de Iglesia, antipapistas y guasones, que tocan en lo metafísico, que son como dos pozos de reflexión y raros hasta la muerte. No se les puede superar. El uno es Laurence Sterne (1713-1768), autor de «Tristram Shandy» (magníficamente traducido por mi compañero Javier Marías). El otro, Lewis Carroll (1832-1898), el autor de «Alicia a través del espejo». Los tres representan algo tan raro como ellos: la modernidad que no pasa nunca, la modernidad de guardia, que siempre nos producirá estupor.
✕
Accede a tu cuenta para comentar