Pedro Narváez
Los sin dientes
Los monstruos son gente normal. Aparentemente. Buenos chicos que saludan en el ascensor. Hollande vendió cuando quitó el poder a Sarkozy que era un hombre normal, uno de tantos franceses que adoran la baguette y la cocina con mantequilla, la normal, no la de Marlon Brando. En «El último tango en París». Frente al bling bling de la corte del Elíseo donde una supermodelo desfilaba desnuda para el líder de la derecha, Hollande parecía el feo de la clase, experto en recibir collejas. En el cataclismo de la crisis, surgió del armario como el emperador Claudio. Su ex ha dejado desnudo al rey de Francia y ha puesto en evidencia no ya sus líos de alcoba, ese lugar donde un político jamás debería hacerse un «selfie» sino la hipocresía moral de los socialistas. El adalid de los pobres los llamaba en la intimidad los «sin dientes». La reina María Antonieta aconsejaba alimentar con dulces a los desheredados, a los «sin dientes» de Hollande. Tuvieron que rodar cientos de cabezas para que un presidente de la República llegara al minuto cero. La ya clásica izquierda caviar utiliza a los pobres para alcanzar el trono, los trata como a esos monos del zoológico que se contentan con un cacahuete de vez en cuando. Que no les quiten las treinta y cinco horas semanales de trabajo, que no parezca que una ministra lleva un modelo de Christian Dior. La demagogia. Para hablar de los pobres, Hollande tendrá que morder el solomillo sin dentadura. Algo así pasa en el Reino de España, Podemos habla de bocatas de jamón para todos pero son ellos los que se los comen. Eso es ser revolucionario pata negra.
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