Ángela Vallvey
Los violentos
La muerte de una Miss siempre conmociona a Venezuela. Lo hizo el suicidio de Maye Brandt en los años 80, y ha sucedido de nuevo con el asesinato de la joven y bella Mónica Spear, ejecutada junto a su marido delante de su hija de cinco años. Otras naciones tienen diamantes o petróleo, pero Venezuela –a la que le sobra todo eso– presume además de «misses», de mujeres hermosas, de que ser Miss Universo es lo mínimo que se le puede pedir a cualquier venezolana.
Aunque la historia cultural de Venezuela es, sobre todo, un memorial de brutalidad que no disminuye nada con el tiempo. En Occidente el homicidio ha experimentado un descenso constante desde el siglo XIII hasta la fecha, como señala Muchembled. Por contra, en muchos lugares del mundo –como Venezuela y otros países de Latinoamérica– parece arreciar y consolidarse la costumbre de la violencia hasta llegar incluso a tolerarse como algo inevitable, casi necesario. Pero no lo es en absoluto, porque la violencia no tiene ningún efecto depurativo, ¡al contrario! Las pulsiones violentas descontroladas no conducen sino a la descomposición de la sociedad, y ningún paraíso, por muy socialista que sea, se puede levantar con detritos por cimientos.
Han detenido a un sospechoso del asesinato de Mónica. Tiene 19 años. Y al parecer hay otros dos menores de edad implicados. El crimen anida en el corazón de los jóvenes varones venezolanos: ahí es donde está el conflicto de Venezuela y de tantos países desgarrados por la lacra de los asesinatos interminables. Maduro debería pensar en educar a sus compatriotas adolescentes. Que los hombres jóvenes tengan un acceso cómodo y fácil a las escuelas y la buena educación en lugar de a las pistolas y los rifles de asalto. Ése es todo el secreto para acabar con la violencia.
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