Paloma Pedrero

Malas notas

La Razón
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Yo las sacaba pésimas, en junio solía suspender todo menos las «marías» y Lengua y Literatura. En segundo de Bachillerato, mi profesora de esta materia, que nunca ponía dieces, me sacó un día a la pizarra, y después de haberme preguntado unas cuantas cosas exclamó: «Si me contestas a esta última, renuncio a mis normas y te pongo un diez». El corazón se me salía de la caja; la supliqué: «No me ponga un diez, por favor». Sin aceptar una nueva pregunta me encaminé hacia mi asiento . Las compañeras reconocieron mi gesto y me miraron con un respeto nuevo. La profesora se acercó a mi silla y me acarició la cabeza. Me sentí tan reconocida... No me puso el diez en las notas, pero sí en la autoestima; en mi sentimiento de que en algo yo podía destacar. Y es que todos podemos destacar en algo. Si el modelo educativo pusiera su empeño en este objetivo, seguiría habiendo malas notas, pero apenas habría fracaso escolar. Si la escuela fuese un lugar en el que te ayudaran a descubrir tu vocación y no un territorio de competitividad y jerarquía, no habría tantos niños acomplejados, ni se los abocaría a la frustración. Se fortalecerían sus capacidades y se los trataría con indulgencia en aquellas asignaturas incompatibles con su ser. Porque hay disciplinas imposibles para según qué sensibilidades. Además, muchos críos no estudian por causas importantes que a veces se resuelven con el tiempo. Yo a los quince, cuando tuve mi primer amor correspondido, empecé a sacar buenas notas. Seguro que pueden imaginar el porqué.