María José Navarro

Marijose

La Razón
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Tengo un jefe al que le que gusta tocarme las narices. Y ya es tocar, eh, porque nariz tengo como para cubrir un circo con tres pistas. Le encanta llamarme «Mari Jose», y además, todo junto. Marijose. Así, en plan cateto. Odio mi nombre porque todo el mundo te pregunta si es María José o Mari Jose, o Pepa, o Pepita, o Josefina. NO, ES MARÍA JOSÉ, QUE ASÍ LO PONE EN MI CARNÉ. Y la gente piensa, cuando lo dices así, que eres una antipática. A mí, en realidad, me hubiera gustado llamarme Guadalupe, porque mi madre es extremeña. Y que me llamaran Lupe ahora, o Lupita antes, y que me hicieran canciones de amor y nanas, y poemas, ah, sí, poemas. Me hubiera gustado llamarme Llanos, que es la patrona de Albacete, pero esto también lo he descubierto tarde, cuando ya se me pasaron las ganas de que me bautizaran con cualquier modernidad y ahora, con la modernidad, seguro, sentiría vergüenza ajena. Yo tuve una tía que se llamaba Llanos, pero murió pronto y ni siquiera la conocí. Luego tuve unos padres que no fueron capaces de acordar algo, ni siquiera eso. Papá apostaba por Dorita (válgame Dios) y mamá por Puerto, que es la Virgen de Plasencia y en perspectiva, me encanta. Puerto Navarro, imaginen. Iba a dar miedo nada más entrar en los bares. Pero lo que me hubiera gustado de verdad es que me hubieran bautizado como Valeria. Y de apellido Pinter. Valeria Pinter. Valeria por mi madre, porque es la versión fina de Valeriana y Pinter por Harold, mi escritor, mi dramaturgo, mi lija emocional favorita. Acudir a un teatro en Londres para ver «The Dumb Waiter» me fastidió la vida, así que le debo la infelicidad, que es lo máximo que se le puede exigir a tu autor predilecto, que te reviente el futuro. Todo lo que me vino a partir de ahí fue jodido y ya no pude recuperar lo que perdí, así que encontré en Harold Pinter la razón de mi ironía reseca, de esta sorna que me hace original y al mismo tiempo insufrible. Valeria. Bonito,¿verdad? Pues no. Marijose. Mecagüenlaleche.