Cargando...

Julián Redondo

Mariscales

Con mando en plaza. Así son Messi y Cristiano, sobre todo el argentino. No es novedad que Leo no haga ni puñetero caso al entrenador cuando se siente a gusto en un partido o cuando el cuerpo le pide récords. No tuvo éxito Guardiola cuando intentó sustituirle frente al Mallorca con 4-0 en el marcador. Le llamó y Messi alzó el pulgar para notificarle que estaba bien y que no pensaba retirarse. Seguro que acciones como aquélla influyeron en la decisión de Pep cuando enfiló rumbo a Nueva York. Frente al Eibar, con 3-0, Luis Enrique corrió idéntica suerte. Le llamó, «¡Leo! ¡Leo!», que si quieres arroz. Le dio la espalda y caminó hacia la banda contraria. Dicho en román paladino, hace lo que le sale de los dídimos. ¿Puede permitírselo? Mientras sume, y es mucho lo que aporta, y no reste, será rebelde con causa. Rompe los partidos. Ante el Ajax, facilitó el 1-0 a Neymar, otra vez sustituido, y marcó el segundo. Está inspirado, en forma, pletórico, pero no hay que descartar que el entrenador le llamara la atención a raíz del episodio porque contra los holandeses asumió el cambio sin rechistar. El caso de Cristiano, el otro mariscal, es diferente. Éste respeta el principio de autoridad del técnico y sólo admite el relevo si lo ha pactado o está a punto de reventar. Por ese duelo que mantiene con el azulgrana, en algún partido que el Madrid ganaba por goleada disimuló las molestias y continuó a riesgo de lesionarse. La ambición de estos dos jugadores no conoce más límites que los que la salud les impone. Y no es que se crean imprescindibles, lo son. Deciden partidos con sus aciertos, como otros con sus errores. Aún se estará preguntando Iraizoz, portero del Athletic, cómo se le pudo colar el gol de Quaresma por debajo.