Enrique Miguel Rodríguez
Martes y trece
Por mucho que el mundo haya evolucionado en los cien últimos años más que en los anteriores mil, todavía no es posible traer a una persona que hubiese fallecido en 1920, devolverla a la vida y enfrentarla con el actual desarrollo industrial y tecnológico, y no digamos en el campo médico y social. Es muy posible que, salvo que en la anterior vida hubiese sido un aguerrido aventurero, prefiriera que lo devolvieran a su anterior estado antes que asimilar una forma de vida tan distinta a la que vivió. Pero a pesar de ello, este sujeto, como millones de los que ahora pueblan la tierra, estarían unidos por una especie de vasallaje o supersticiones o manías atávicas, sin lugar a dudas. La del martes y trece es una de las más extendidas; y sobre todo lo referente al número. Sigue habiendo en países de alto desarrollo y gran nivel cultural hoteles donde no existe la planta o la habitación «13». Algo parecido sucede en los aviones y en otras muchas actividades habituales de la vida. Siempre se dice que la violencia, la superstición y el nacionalismo se cura con la cultura. Otros añaden que viajando, conociendo otros pueblos y culturas. De sobra sabemos los beneficios de ambas recetas, pero indudablemente hay muchas personas de gran cultura, preparación y muy viajadas que no están libres de las ataduras de la superstición. Hay a quienes convivir con ellas se les hace imposible, porque siempre tienen un «supitinu» por cualquier acto que uno considera normal, pero que para ellas puede desencadenar verdaderas catástrofes. Siempre se puede recurrir al humor y volver a recordar la anécdota de una gran figura del toreo que salía de un restaurante con un grupo de amigos, cuyo edificio estaba sometido a reformas y, por tanto, recubierto con un gran andamio. Nada más salir, abandonó la acera para no pasar por debajo del andamio (otra vieja superstición) y otro matador que iba en el grupo le dijo: «Maestro, ¿qué, un poco de ‘jindama’?». A lo que, muy digno, contestó: «‘Jindama’, ninguna, pero lo más blando que te puede caer de un andamio es un albañil, ¡como para no tener precaución!». Por mi parte, yo amo el «13»; juego a la lotería a dicho número. Si tocara por fin el bote de La Primitiva serían 13.000 millones de las antiguas pesetas. Que le hablen al posible agraciado del cúmulo de desgracias que acarrea el número 13.
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