Luis Alejandre

Mediterráneo: ¿frontera o puente?

Serán muy difíciles de borrar las imágenes de la tragedia que han vivido estos días los habitantes de la isla italiana de Lampedusa, la mayor de las Pelagias, más próximas a Africa que a la propia Europa . Y saben que podrán repetirse, como lo saben en Malta, en Pantelaria, en Ceuta o en Motril.

El Mediterráneo sigue siendo frontera entre los límites norte y sur. Los pueblos ribereños septentrionales son polos de atracción para los meridionales, a pesar de que atraviesan graves crisis económicas y sociales como es el caso de Grecia. Atracción irresistible para pueblos cada día mas alejados de las costas, como son Eritrea, Somalia o los países subsaharianos, que han convertido el mar no en una vía de comunicación y acercamiento, sino en el sumidero de todos los fracasos de las sociedades africanas, muchas de las cuales estuvieron durante décadas bajo el amparo y protectorado, más o menos interesado, de los países del norte. No es casualidad que los desplazados del Cuerno de África elijan como lugar de destino a la Italia que fue durante años su «protectora».

Tómese un tiempo el lector y compruebe el recorrido entre Eritrea y las costas de Libia o Túnez que les permiten «dar el salto» a Europa. O vean el que hay entre el sur del Sáhara y Ceuta para soñar en el Estrecho. ¿Qué grado de desesperación y frustración llevan consigo estos seres humanos para afrontar estos retos?

Ahora Italia ha comprometido a su Armada en el control del Canal de Sicilia. Por supuesto socorrerán, por supuesto podrán descongestionar Lampedusa, cuyos 6.000 habitantes viven en una permanente angustia, por supuesto intimidarán a las mafias como fuerza disuasoria. Pero las pateras se dirigirán a Malta o a cualquier isla del Egeo. Buscarán el apoyo de otras mafias en países con crisis internas. Véase el caso de Libia donde unas milicias no tuvieron reparo en secuestrar a su jefe de Gobierno, Alí Zeidan, hasta comprobar que desconocía completamente y que no intervino en la operación de detención del líder de Al Qaeda, Abu Anas Al Libi –responsable de los atentados contra dos embajadas USA en 1998– realizada por un comando especial de tropas norteamericanas. Lección a retener: se compromete Occidente en el derrocamiento de Gadafi y el resultado es un gobierno débil que no puede controlar los poderes residuales que contribuyeron a la caída del dictador; en el vacío producido se asienta Al Qaeda.

El trabajo sacrificado de la Armada italiana, como el de otras fuerzas que operan ya en el Mediterráneo –y España no es ajena a ello– tiene que ser complementado con medidas económicas, sociales y políticas en los países de origen. Hoy son más rentables, por ejemplo, las medidas conjuntas de los servicios de inteligencia y de las policías mauritana y española en Nouakchott que la propia vigilancia de las patrulleras en el mar de Canarias. Y cualquier inversión que realice Europa en países con altas cotas de desempleo rebajará la larga la presión migratoria.

Esto debe comprenderlo Europa en su conjunto, incluidos los países del norte que no viven el drama en directo.

En contraste a esta situación, Robert Kaplan acaba de presentar su nueva obra llamada «La venganza de la geografía». El hombre que nos ayudó a comprender los Balcanes en su «Viaje a Tartaria», cuando más empeñada estaba la comunidad internacional en Bosnia y que luego nos trasladó al Afganistán que salía de una dura guerra contra la URSS con su obra «Soldados de Dios», penetra ahora en la relación entre geografía e historia. Se apoya bien en teorías vigentes desde el siglo XIX como las de Mackinder y del almirante Mahan. Del primero, –importancia del «corazón euroasiático»– extrae la conclusión del desplazamiento del centro de gravedad europeo desde Bruselas a Berlín. De Mahan, la importancia y prioridad del poder naval en la consolidación de los imperios.

Pero para el tema de hoy, importa su visión del Mediterráneo. Según Kaplan, el Mare Nostrum volverá a convertirse en un conector que unirá el sur de Europa y el norte de África como en la Antigüedad, en lugar de ser la residual frontera entre las antiguas metrópolis y sus colonias.

Difícil dilema entre lo real y lo virtual. Porque tampoco está Europa para absorber tanta inmigración, ni siquiera para ofrecer todas las ventajas del Estado de Bienestar.

Sólo una mejor distribución de la riqueza; sólo una honesta compensación a las materia primas que importamos, especialmente derivados del petróleo; sólo el apoyo a recomponer las estructuras de los estados que consideramos fallidos; sólo una visión universal de la solidaridad podrá dar respuesta tanto a los habitantes de Lampedusa como a las reflexiones estratégicas de Robert Kaplan.

De todos depende, porque todos nos la jugamos.