Luis Alejandre

Memorias y buen gobierno

Agotados todos los créditos presupuestarios para adquisición de nuevas memorias de políticos en lo que llamé «reserva activa», alertados familiares y amigos para que estas vivencias no sean utilizadas como regalos navideños, intento llegar a comprender cómo en estos momentos se gestan en el mundo de la política relevos generacionales y, por ley de vida, ver que modos jóvenes empujan, activan sus escalas de reserva e inducen a sus mayores a tomar notas para poder escribir en días no muy lejanos, sus propias memorias. Se asumen los momentos, se fuerzan las sonrisas, se da enorme valor al gesto, al abrazo, a la imagen. Todo, menos pasar un mensaje de autocrítica. Todo, sin estar convencido y dispuesto a asumir que el poder es pasajero, que el servicio a la comunidad suele tener fecha de caducidad. Y este tránsito disconforme suele venir acompañado de una obsesión por extender los hedores de los otros, nunca intentando aislar y ventilar los propios.

Quise interpretar el primer contacto que mantuvieron en Moncloa nuestro presidente del Gobierno y una emergente e ilusionada Susana Díaz: «Si Jesús de Nazaret, presidente, seleccionó a doce colaboradores, a los que llamamos apóstoles, y de los doce uno le traicionó, ¡cuánto peligro tenemos a nuestro alrededor! ¡Cuántos Judas! ¡ Y nosotros no somos siquiera hijos del buen Dios! ¡Más difícil aún!

Permitida la licencia de imaginar una entrevista seria y responsable, el resumen que entiendo sería: «Aislemos a los Judas, sean del bando que sean; evitemos que se amparen en todo el colegio apostólico y apliquemos sobre ellos todo el peso de la ley. Desbrocemos, separemos, cautericemos».

Todos los que hemos tenido responsabilidades públicas, y cuanto más alto es el nivel de poder mayores son estas, hemos cometido errores propios, pero también hemos asumido errores de otros. Hemos dado curso, propuesto, denegado o firmado materias de las que sólo teníamos someros conocimientos. Y por horas que hayamos dedicado a nuestro trabajo, difícilmente podíamos llegar a conocerlo todo. Siempre debemos confiar en estados mayores o en equipos de asesores, personas también capaces de equivocarse «per se» o inducirnos al error consciente o inconscientemente. Y hablo de un mundo como el militar donde la lealtad era y creo es el «patrón oro». Pero merodeadores Judas encontrábamos en el mundo de la política, de la industria del armamento, de los contratos por servicios o de las externalizaciones.

Bastante problemas tenemos en España como para escampar a los cuatro vientos nuestras vergüenzas. Ello no sería importante si no se mezclase en el torbellino a las gentes dignas, serias y responsables, las que han hecho de su vida servicio por vocación o simplemente por honestidad profesional, mezclándolas con las que han hecho de este servicio, mercado propio. Nunca habíamos tenido tanta legislación específica; nunca tantos organismos de control; nunca tanta capacidad de denuncia. Pues bien: nunca nos habíamos enfrentado a tanta corrupción. Y siento que los grupos políticos no vean que los ataques generalizados al oponente, acaban revolviéndose contra ellos mismos. Basta leer las encuestas de opinión.

No creemos nuevos organismos ni nuevas leyes. Está prácticamente todo hecho y escrito. Seamos rápidos y expeditivos en aplicar las existentes, por supuesto respetando los juicios justos. Pongamos determinados sellos de confidencialidad a la actuación de la Justicia que no tiene porque convertir en «estrellas» a sus profesionales. No castiguemos a priori con «juicios de telediario» a personas que luego demuestran su inocencia pero que acumulan cuatro o cinco años de calvario judicial, suficientes para destrozar moralmente a una persona. La confidencialidad –nada imposible– evitaría estos calvarios.

Sólo me permito –sin necesidad de cambiar leyes– a introducir un agravante en el Código Penal: la figura de imbécil. Incluyo en este concepto la suma de egoísmo, soberbia y vanidad.

Bien sé como me prevenía el clásico: «nunca discutas con un imbécil porque te hará descender a su nivel y allí te ganará en experiencia». Y estos imbéciles de hoy nos han ganado partidas en concepto de cuentas corrientes, pero al final son vencidos, porque el que ha perdido sus ahorros no permite que se retiren por la puerta de atrás de una caja y con una prima elevada, quienes manosearon y perdieron su confianza y sus depósitos.

Por «imbécil» porque si penado está robar por necesidad, por evadir a Hacienda a fin de salvar una empresa o una familia ante declaradas carencias o quiebras, más dura debe ser la Ley para quienes teniéndolo todo –familia, bienestar social, entorno, dinero– han necesitado más. Y más siempre a costa de otros. Confucio (555-479) nos diría: «Si tu país está bien gobernado, debe inspiraros vergüenza la pobreza; pero si está mal gobernado, debe inspiraros vergüenza la riqueza». Vayamos sin dudarlo hacia el buen gobierno.