Literatura

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Mi primer Quijote

La Razón
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En el 400 aniversario de la muerte de Cervantes pienso en mi primer Quijote. No encuentro mejor soporte para honrar la memoria de su autor. Hace tiempo que aquel libro que marcó mi vida, de hojas amarillentas, con letra bien cuidada, compuesto por dos tomos en rústica, desapareció, lo mismo que desapareció la presencia humana en la casa de Sarnago. Deshojado, perdido en el somero, entre cien cachivaches, acaso roído por los ratones, no pierdo la esperanza de encontrar un día algunas de sus páginas, como reliquias, en el fondo de uno de los arcones de nogal que guardan los despojos de libros antiguos. Este Quijote nos lo fue leyendo mi madre en voz alta, capítulo a capítulo, a la luz del candil, a los abuelos y a los dos niños en las largas noches de invierno junto a la lumbre de la cocina. Después, el libro, convertido en objeto familiar, como la baraja, anduvo rodando por la mesa de hule y yo lo releía por mi cuenta con verdadera curiosidad. Ése es el origen de mi afición a las letras, más que el paso por varias universidades. Recuerdo aquel Quijote como se recuerda el primer amor.

Desde entonces no he dejado de la mano la obra de Cervantes. No sé cuántas veces he leído el Quijote, unas veces de seguido y otras, para descargar las fatigas del día, a salto de mata. Nunca he dejado de leerlo. Hoy acabo de dejar a don Quijote en la casa de los duques y a Sancho, agobiado y sin comer, gobernando la ínsula Barataria. Digan lo que digan, la mayoría de los españoles no ha visto «El Quijote» ni por el forro. Cuando el Ayuntamiento de Soria, con motivo de otra efeméride cervantina, quiso poner al parque de la ciudad el nombre de «Alameda de Cervantes», un concejal se negaba al cambio con el siguiente argumento: «¿Qué ha hecho ese señor Cervantes por Soria?». Revolviendo en la arqueta de mis recuerdos, he dado con un cuaderno mío de la escuela. Arranca el 25 de septiembre de 1948. El dictado es un episodio del Quijote. Aún no había cumplido yo once años y reconozco bien mi letra. En los días siguientes, aquel maestro llegado de Cieza fue dictándonos a los niños sucesivos relatos del Quijote. No sé si, en este cuarto centenario, en medio de la pompa de las celebraciones, habrá algún maestro en España que haga lo mismo.